Isabel Rinaldi observaba desde la ventanilla del auto mientras los árboles canadienses pasaban como pinceladas verdes en un lienzo gris. El chófer no hablaba, como le había indicado su padre, y ella tampoco tenía ganas de conversar. Había llegado a Canadá hace apenas una semana y ya sentía que el aire era más frío de lo que esperaba, no por eso clima...sino por la gente.
-Llegamos señorita- dijo el chófer con voz seca, señalando el portón de hierro forjado que protegía el Colegio St. Laurent.
Una estatua de mármol blanco en la entrada parecía darle la bienvenida a los elegidos. No cualquiera entraba allí. Solo los hijos de las familias más influyentes del país y del extranjero. Y ahora, ella.
Isabel trago saliva. Su padre le había conseguido un lugar en ese colegio con una recomendación directa del embajador italiano. Su apellido abría puertas...pero no aseguraba respetó.
Vestía el uniforme reglamentario: blazer azul oscuro, falda a cuadro y una camisa blanca perfectamente planchada. Iba impecable, como le había enseñado su madre antes de morir:"si el mundo es cruel, que al menos te encuentre con la cabeza en alto."
Entro sola al salón 3-B. El murmullo de los estudiantes se detuvo apenas cruzó la puerta. Todos la miraron. Algunos con curiosidad, otros con desdén. Ella caminó hasta el frente, donde un profesor de cabello gris la esperaba con un papel en mano.
-Clase, Ella es Isabel Rinaldi, viene desde Italia y estará con nosotros este semestre. Denle una bienvenida cordial- anunció el profesor Miller.
Isabel respiró hondo y comenzó a hablar con acento marcado pero voz firme:
-Buenos días. Espero poder aprender junto a ustedes y compartir este tiempo de la mejor forma posible.
Un murmullo incómodo se escuchó, y entonces, una voz masculina rompió el silencio como un cristal quebrado.
-¿Y también nos va a enseñar a hacer pizza o solo vino a mostrar su acento?
La risa estalló como una ola. Todos voltearon hacia él: Fernando Da Silva, el heredó del presidente, el chico perfecto por fuera, pero con los ojos de alguien que ha aprendido a atacar primero.
Isabel lo miró. Sus ojos se encontraron por un segundo. Él sonreía con arrogancia.... pero sus ojos no reían. Eran fríos, como si se escondieran detrás de una máscara demasiado pesada.
-¿Algo más que quiera decir, Da Silva? - pregunto el profesor con severidad.
-No, señor. Solo dando la bienvenida a la nueva.
Isabel bajó la mirada, pero no por vergüenza. Sino porque decidió, en ese momento, que ese chico no la intimidaría. Ni él... ni nadie.
Y sin saberlo, ese fue el momento exacto en que Fernando se enamoró de ella.
Pero también fue el inicio de una guerra que ninguno de los dos había planeado.
#5945 en Novela romántica
amor que desafía al poder., secretos y engaños familiares., cuando el amor es un peligro.
Editado: 08.08.2025