4: Lucia y la verdad

Elías no volvió al día siguiente. Ni al siguiente.

Meliza lo esperaba, aunque no lo admitiera. Cada vez que Lucía preguntaba por “el señor del vestido”, su corazón se encogía. ¿Cómo explicarle que ese hombre era más que un regalo? Que era una historia que aún no sabía cómo contar.

Sofía insistía en que lo olvidara. Que no se podía confiar en alguien que desaparece cuando más se le necesita. Pero Meliza sabía que Elías no se había ido por cobardía. Algo lo retenía.

Y lo descubrió tres días después, cuando Iván apareció en su puerta.

—Necesitamos hablar —dijo, sin saludar.

Meliza lo conocía. Era el tipo de hombre que no aparecía sin motivo. El tipo que siempre traía problemas.

—No tengo nada que hablar contigo —respondió, firme.

—Pero Elías sí —dijo él, entrando sin permiso—. Y tú deberías saber que está en peligro.

Meliza sintió que el suelo se movía bajo sus pies.

—¿Qué hiciste?

—Nada —sonrió Iván—. Solo le recordé que las promesas tienen precio. Y que tú… tú eres parte de la deuda.

Lucía apareció en el pasillo, con su muñeca en brazos. Iván la miró con una mezcla de curiosidad y cálculo.

—Bonita niña —dijo—. ¿Es tuya?

Meliza se interpuso entre ellos.

—Vete. Ahora.

Iván no discutió. Solo dejó una tarjeta sobre la mesa.

> “Si quieres protegerla, dile a Elías que cumpla su parte.”

Cuando se fue, Meliza temblaba. No por miedo. Por rabia. Por la certeza de que el pasado de Elías no solo lo perseguía a él… sino también a ellas.

Esa noche, escribió una carta. No para Elías. Para Lucía.

> “Algún día entenderás por qué tuve que elegir entre el amor y la verdad. Y por qué, a veces, proteger significa alejarse.”

Pero aún no estaba lista para alejarse.

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