Meliza
El café estaba frío, pero no me importaba. Llevaba horas mirando la carta de Iván, la foto de Elías, y el cuaderno donde guardo todo lo que no me atrevo a decir. Lucía dormía, mi madre murmuraba en sueños, y yo… yo solo quería escuchar una voz que no me juzgara.
Llamé a Melani.
Ella vive en Madrid desde hace cinco años. Se fue buscando estabilidad, amor, y un poco de aire. Lo encontró en Liet, un hombre paciente, de mirada profunda y manos que saben construir cosas. Tienen un hijo, Elier, que acaba de cumplir tres años. Melani dice que es un torbellino con sonrisa de ángel.
—¿Meliza? ¿Estás bien? —preguntó apenas contestó.
—No lo sé —respondí, sin rodeos.
Le conté todo. La carta. La foto. El regreso de Elías. La amenaza de Iván. El miedo de perder lo que tanto me costó construir.
Melani no interrumpió. Solo escuchó. Como siempre.
—¿Y tú qué quieres? —preguntó al final.
—Quiero que Lucía tenga una historia que no duela. Quiero que mi madre no se pierda en sus recuerdos. Quiero que Elías me mire sin culpa. Quiero… paz.
—Entonces ven. Vente unos días. Aquí hay espacio, hay silencio, hay tiempo. Liet estará encantado de recibirte. Y Elier quiere conocer a Lucía. Te lo digo en serio, Meliza. A veces, para sanar, hay que cambiar de aire.
Sus palabras me abrazaron. Me recordaron que, aunque esté lejos, ella sigue siendo mi refugio. Me quedé en silencio, imaginando a Lucía corriendo por los parques de Madrid, a mi madre descansando sin sobresaltos, a mí… escribiendo sin miedo.
Y por primera vez en días, sonreí.
> Porque a veces, la distancia no separa. Une. Y las amigas que conocen tu sombra… también saben cómo encender tu luz.
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