La tormenta había dejado un rastro de humedad en la ciudad, y el aire olía a tierra mojada y carbón quemado. Elena caminaba apresuradamente por los callejones, intentando calmar el latido desbocado de su corazón. El retrato seguía resonando en su mente, como si cada parpadeo de los ojos pintados guardara secretos que ella debía descubrir.
Cuando alcanzó el umbral de un parque abandonado, un rugido rasgó la noche. Lucian emergió de entre la niebla, su silueta enorme y su respiración entrecortada por el aire frío. Sus ojos amarillos brillaban con intensidad, y Elena sintió un escalofrío que no era solo por la lluvia.
—No puedes esconderte de lo que eres —dijo Lucian con voz grave—. Y tampoco de lo que viene.
Antes de que ella pudiera responder, una figura elegante apareció detrás de un árbol. Dorian Gray, con su impecable chaqueta oscura y el porte inalterable de siempre, observaba la escena con una calma perturbadora.
—Elena —dijo suavemente—, hay cosas que despiertan a la noche… y otras que te miran desde los retratos.
Elena sintió una mezcla de fascinación y temor. Dorian parecía tranquilo, pero había algo en su mirada que le decía que conocía más de ella de lo que jamás le había contado.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó, sin poder ocultar la incertidumbre que la atravesaba.
—Quiero que aprendas a escuchar —respondió Dorian—. A veces, la ciudad habla a quienes saben oírla.
Un escalofrío recorrió su espalda. Elena recordó las historias de su familia: brujas que podían sentir los hilos de la vida, que veían cosas que otros no veían. ¿Podría ser que el retrato y estos hombres fueran parte de algo mucho más grande de lo que imaginaba?
Lucian dio un paso hacia ella, su presencia intensa y peligrosa.
—No confíes demasiado en él —advirtió—. Él no juega con lo que es mortal.
Dorian sonrió apenas, una curva delicada y enigmática, y se inclinó hacia Elena:
—Ni siquiera tú sabes todo lo que eres capaz de despertar.
Esa noche, mientras la lluvia comenzaba a golpear los techos y las hojas de los árboles susurraban con el viento, Elena cerró los ojos y sintió una chispa recorrer sus manos. Una energía cálida y poderosa que no podía ignorar. Su instinto le decía que estaba a punto de cruzar un umbral: entre lo humano y lo sobrenatural, entre el deseo y el peligro, entre Lucian y Dorian.
Y en el silencio que siguió, los retratos de Dorian parecieron observarla, parpadeando con un brillo extraño.
Algo le decía que su vida jamás volvería a ser igual.