Elena despertó con un frío extraño que no provenía de la humedad de la ciudad, sino de un vacío en su pecho que no podía explicar. Aún recordaba la chispa que recorrió sus manos la noche anterior, un calor que le había dado miedo y fascinación al mismo tiempo.
Se dirigió a la biblioteca de su familia, un lugar que solía ser su refugio. Entre libros polvorientos y pergaminos olvidados, buscó respuestas. Sus dedos temblaban al abrir un tomo antiguo de hechicería, y por primera vez comprendió que su sangre guardaba secretos que no podían ignorarse.
Una palabra salió de sus labios sin que ella lo planeara:
—Aurum…
Y el aire pareció responder. Una vela cercana se encendió sola, iluminando un retrato que jamás había visto. La figura de un hombre elegante, con ojos que parecían seguirla, le resultaba extrañamente familiar. Entonces recordó a Dorian Gray.
Un sonido detrás de ella la hizo girar. Lucian estaba allí, en silencio, observándola con intensidad.
—Veo que algo despierta dentro de ti —dijo, su voz cargada de admiración y advertencia—. Pero no es algo que puedas controlar sin consecuencias.
—¿Quién eres tú para hablar de control? —respondió Elena, intentando ocultar el temor que sentía.
—Alguien que sabe lo que la ciudad puede hacerle a los débiles —replicó, y sus ojos brillaron con un matiz salvaje—. Y tú… no eres débil.
Antes de que pudiera continuar, la habitación se llenó de un aire pesado. La puerta se abrió lentamente y Dorian apareció, como si hubiera emergido de la misma sombra. Su presencia era inquietante y, al mismo tiempo, irresistible.
—Veo que has comenzado a despertar —dijo con voz suave—. Pero no todo poder trae libertad; algunos traen cadenas.
Elena lo miró, confundida y fascinada al mismo tiempo. Su corazón se debatía entre la pasión y el miedo, entre Lucian y Dorian, entre lo que conocía y lo desconocido.
Dorian se inclinó hacia ella, su mirada profunda y peligrosa:
—Aprende a escuchar los susurros. Ellos te guiarán… o te perderán.
En ese instante, Elena sintió la llama dentro de ella crecer, alimentada por el miedo y el deseo. Comprendió que había cruzado un límite que no podía desandar. La magia, el misterio y los hombres que ahora la rodeaban no eran simples coincidencias: formaban parte de un destino oscuro que estaba empezando a reclamarla.
Y mientras las sombras de la biblioteca parecían inclinarse hacia ella, Elena supo que la noche apenas había comenzado.