Entre sonrisas y cicatrices

CAPÍTULO 1 – “Bienvenida a tu nueva vida… supongo”

Alison

Llegué a la ciudad con dos maletas que parecían cargadas de traumas pasados, un currículo lleno de creatividad y mis crespos peleando conmigo como si tuvieran vida propia. Después de diez horas de vuelo, solo quería tres cosas: un café, una ducha y, por amor a la moda, no hacer el ridículo en mi primer día. Obviamente, lo último no se cumplió. Me mudé porque conseguí un puesto en una agencia grande, de esas que manejan campañas de moda, belleza, tecnología, comida, lo que se te ocurra. Un sueño… si no fuera porque mi vida es una tragicomedia con presupuesto limitado. Mientras arrastraba mi maleta que parecía disfrutar del drama,una rueda se atoró en una rendija del piso. Intenté liberarla con clase, como toda profesional del marketing debería poder hacerlo. Gran error. La maleta salió disparada. Yo detrás de ella. Y ambas fuimos directamente contra un… muro humano. Traje oscuro. Perfume caro. Mandíbula afilada. Mirada helada. Un iceberg con corbata. —¿Estás bien? —soltó con una voz tan fría que casi me dio hipotermia. —Si , pero práctico para las Olimpiadas de Tropezar —murmuré, tratando de apartar mis crespos, que ahora parecían espuma de capuchino fuera de control. Él me observó como si fuera un anuncio publicitario que no aprobó. —Deberías tener más cuidado —sentenció. —Lo intento… pero mi maleta es rebelde. Tiene un espíritu libre —bromeé. No rió. Ni una sonrisa. Yo creo que si le cuentas un chiste, te manda una factura. La rueda de la maleta volvió a atorarse, como diciendo “hagámoslo de nuevo”. Él soltó un suspiro que gritaba: absorbo sufrimiento ajeno, y con un tirón perfecto la liberó. —Gracias… —dije, intentando sonar digna. —Hmm. ¿Hmm? ¡¿HMM?! ¿Ni un triste “de nada”? Qué hombre tan… refrescante. Como ducharse con agua a 3 grados. Y justo cuando pensé que podía escapar del desastre, mi celular sonó: era la directora de la agencia. —Sí, ya llegué… perdón, es que… —estaba explicando, cuando mi maleta—la traicionera profesional—rodó sola y lo golpeó otra vez en el tobillo. TE. LO. JURO. —¡NO! ¡NO OTRA VEZ! —grité, agarrándola con horror. El cerró los ojos. Juraría que contó hasta diez. O hasta mil. —¿Siempre eres así? —preguntó, frío como un témpano. —¿Así cómo? —pregunté, aunque ya sabía que venía el golpe. —Caos en forma humana. Ay, qué dulce. Qué tierno. Qué... insoportable. —Bueno, sí… —respondí—. Soy edición limitada. Él no respondió. Solo se alejó con ese aire de “quiero reembolsar esta experiencia”. Antes de perderse entre la gente, alguien lo llamó: —¡Alexander! El chofer está esperando. Alexander. Empresario. Millonario, Y con cero tolerancia al caos humano. Genial. Mi primera impresión en la ciudad: atropellar a un hombre famoso con una maleta diabólica. Cuando por fin salí a tomar un taxi, pensé: “Si este es el comienzo… necesito casco, terapia y tal vez un exorcista para la maleta.” Lo que yo no sabía… era que ese hombre frío, arrogante y perfectamente vestido… volvería a cruzarse en mi camino. Más pronto de lo que me gustaría. Y no por accidente.



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En el texto hay: amor celos, jefe ceo frío y serio, jefe empleda

Editado: 27.11.2025

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