Alexander
A las 6:00 p.m., yo ya estaba listo para irme del trabajo. Cerré mi laptop, tomé mi chaqueta y salí de mi oficina con la misma expresión neutral que llevo desde que era adolescente: cero emociones visibles. En el pasillo, vi a Alison ajustándose los crespos frente al vidrio. Otra vez estaban rebeldes. Otra vez se veía… No. No voy a terminar esa frase en voz alta. Ni en mi cabeza. —¿Te vas? —me preguntó. —Sí —respondí. Corto. Seco. Simple. La frialdad: mi marca registrada. Ella sonrió de forma tímida, como si esperara que dijera algo más. No lo hice. Si algo he aprendido, es que hablar de más complica la vida. Y justo cuando pensé que ya podía irme… —¡¡ALISOOOON!! —apareció Rebeca como si la hubiera invocado la tragedia. Alison giró, ya resignada. Yo… mantuve mi cara seria. Aunque por dentro dije: Perfecto. Me puedo ir en paz. Rebeca llegó corriendo, hablando como si alguien le hubiera puesto velocidad x5. —¡Te estaba buscando! Vamos a irnos juntas. Tengo chisme, hambre y un montón de historias sin importancia que contarte. Alison rió nerviosa. Rebeca la tomó del brazo. Yo di un paso hacia el ascensor. Listo, misión lograda: no iremos juntos. Pero claro. Nada puede salirme tan fácil. —¡¡ALEX!! —grita Rebeca. Me detuve, sin mostrar molestia… aunque la tenía. —¿Qué? —pregunté con voz plana. —Alison tiene un crespo que está salvaje. Mira eso, parece antena de carro antiguo. ¿La ayudo? Alison abrió los ojos como si Rebeca estuviera a punto de incendiarla. Yo la miré con la misma expresión que uso en reuniones cuando alguien propone una idea estúpida. —No —dije—. Déjalo así. —¿Seguro? —insistió Rebeca—. Es que parece que quiere escapar del edificio. —Rebeca —respondí sin cambiar el tono—. Es solo pelo. Alison bajó la cabeza, mortificada. Rebeca, sin captar nada, soltó: —Bueno, igual se ve… interesante. Alison murmuró: —Quiero desaparecer. Yo no dije nada. No es mi estilo consolar. Y si lo hiciera, sería demasiado obvio lo que no quiero que sea obvio. Pero mi boca decidió traicionarme, muy leve, casi imperceptible: —No está mal. Alison levantó la mirada, sorprendida. Yo volví a mirar hacia el ascensor como si no hubiera dicho nada. Rebeca lo notó. Claro. Siempre lo nota todo menos lo importante. —¿Oooh? ¿Alex dando cumplidos? ¿Qué pasó, se alinearon los planetas? La ignoré. Buen hábito. —Hasta mañana —digo. —Adios, Alexander—responde Alison con una pequeña sonrisa. Yo asiento. Ni un gesto más. Ellas se van por un lado. Yo por el otro. En silencio. Serio. Frío como siempre. Pero mientras camino hacia la salida pienso, sin admitirlo: De todos los días de caos en la oficina… hoy sus crespos estaban extrañamente lindos. Y obvio, no voy a decirle jamás .