Alexander
Voy a empezar aclarando algo importante: yo no me enojo. O al menos, no fácilmente. La gente cree que soy frío, serio, imperturbable. Y sí, lo soy. No es un mito. Trabajo para mantener ese prestigio. Pero Alison… Alison tiene una habilidad especial para destruir mi reputación emocional en tiempo récord. Todo comenzó a las 7:03 a.m., cuando recibí una llamada de Recursos Humanos: —Alexander… necesitamos hablar de un… incidente. —¿Qué incidente? —pregunté, porque nada bueno empieza con “incidente”. —Una de tus nuevas ejecutivas… ejem… Alison… publicó algo en la cuenta oficial de la empresa. —¿Qué publicó? Silencio nervioso. —Lo mejor será que lo veas usted mismo. Y así fue como abrí Instagram… Y me encontré el siguiente texto, en la cuenta oficial de mi empresa: > “¡Buenos días, people! ☀️✨ Nunca olviden hidratarse, amar sus crespos y evitar hombres fríos, por ejemplo, como ciertos jefes que no voy a mencionar porque me pueden despedir. #MarketingDeModa #CresposReales #NoMásHombresFríos ” Cerré el celular. Lo volví a abrir. Repetí ese proceso tres veces porque pensé que estaba soñando. O en una pesadilla. O muerto. Fui a su oficina. La encontré intentando borrar el post mientras murmuraba: —Ay Dios mío, mis dedos son traicioneros, ¿por qué existe el “publicar sin querer”? Rebeca estaba a su lado, llorando de la risa. Llorando. —Alison —dije, tratando de mantener la compostura—, ¿por qué demonios publicaste eso? Ella levantó la mirada como si yo fuera el profesor que acaba de descubrirla copiándose en un examen. —No fui yo. Bueno sí fui yo… pero sin querer. Mis crespos estaban tapándome la vista. … Ah. Exacto. La excusa fue sus crespos. —¿Tus crespos publicaron un post que casi hunde mi reputación profesional? —pregunté. —¡Sí! —respondió muy convencida—. Es que cuando estoy estresada se esponjan y no veo nada. Toqué el celular y ¡pum! Influencer involuntaria. Rebeca intervino: —Alex, no te enojes. Fue… objetivamente… lo más gracioso que le ha pasado a esta empresa desde que te conozco. —No estoy enojado —mentí, porque la vena de mi cuello probablemente decía lo contrario. Alison dio un paso hacia mí, bajó la voz y dijo: —Tranquilo, ya lo borré. Solo duró… —¿Cuánto? —pregunté. —Doce minutos. Doce. Minutos. De mi empresa diciendo que yo era un hombre frío. Doce minutos en internet son como tres años en reputación digital. —Las empresas asociadas ya lo vieron —agregó Rebeca, disfrutando mi sufrimiento como si hubiera comprado palomitas—. Una de ellas incluso comentó: “qué honesta la chica”. —¿QUÉ? —dije más fuerte de lo necesario. —La borraron al minuto, pero lo vi —añadió Alison, mordiéndose el labio para no reírse—. ¿Estás… enojado? La miré. Su cabello estaba en uno de esos modos caóticos, mitad halo angelical, mitad nube eléctrica. Y aunque me estaba arruinando la mañana, ella parecía tan nerviosa, tan apenada, tan… Alison… que lo último que quería era que se pusiera a llorar. Respiré hondo. —Alison, no voy a despedirte. —¿De verdad? —No. Pero vamos a fingir que esto nunca pasó. ¿Entendido? —Sí, señor arquitecto frío. Me quedé en silencio. Rebeca estalló en carcajadas. Alison también. Yo no. Pero… …una pequeña parte de mí quería reír. Una pequeñísima parte. Prácticamente microscópica. Sin embargo, mantuve la postura. Soy frío. Soy profesional. Soy… Bueno, aparentemente soy un hashtag ahora.