Alison
Hoy decidí ser profesional. Sin escándalos. Sin crespos sublevados. Sin accidentalmente exponer a mi jefe en redes sociales. En resumen: la nueva yo. Entré al edificio con paso seguro… y me resbalé con el tapete húmedo. No me caí. Pero hice un split casi olímpico que dejó a la recepcionista sin aire de tanto reírse. —Buen día, Alison —dijo ella con lágrimas en los ojos. —Buenos días… —respondí intentando recuperar la dignidad—. El piso está agresivo hoy. Subí en el ascensor, aún procesando mi near-death experience, cuando… ¡se detiene en el piso 5! Y sube él. Alexander. Traje perfecto. Mirada fría. Aroma a éxito y café caro. Yo automáticamente intenté arreglar mis crespos… Ellos automáticamente decidieron esponjarse más. —Buen día —dijo él, serio como si la NASA lo hubiera contratado para no sonreír nunca. —Hola —respondí, dándome cuenta tarde de que una hebra de mi cabello estaba enganchada… ¡en su chaqueta! Intenté jalarla con discreción. Error. El jalón lo movió un poco a él también. —¿Qué estás haciendo? —preguntó sin cambiar el tono, pero con una mirada tipo: ¿por qué me pasa esto? —Estoy… eh… separándonos. Los dos paramos. Sonó peor de lo que imaginé. —Mi cabello está atrapado en usted —aclaré rápidamente. Él respiró como si necesitara paciencia patrocinada.—Quédate quieta —ordenó. Y ahí estaba yo: pegada al traje de diseñador de mi jefe, mientras él trataba de liberar mi rizo rebelde sin arrancarme el cuero cabelludo. Cuando por fin se soltó, el ascensor hizo un sonido extraño y… ¡se detuvo! Completamente.