Entre sonrisas y cicatrices

CAPÍTULO 13 — “No estoy loca… él está actuando raro”

Alison

El día después del… “incidente respiratorio”, llegué a la oficina decidida a comportarme como adulta funcional. Tomé café, respiré con normalidad, mis crespos estaban en modo “paz mundial” y todo parecía bajo control. Hasta que entró Alexander. Caminó como siempre, con su aire de “soy importante y no sonrío”, pero cuando pasó junto a mi escritorio, dejó algo sobre él. Una botella de agua. Unas galletas. Y un post-it. Decía: “Come.” Solo esa palabra. Como si yo fuera una planta deshidratada que olvidó existir. Rebeca lo vio y abrió los ojos como si hubiera presenciado un eclipse. —¿Eso lo dejó él? —susurró, señalando como si fueran pruebas de crimen. —No lo sé… supongo… tal vez… sí —respondí, intentando no parecer una adolescente emocionada. Más tarde, mientras trabajaba, me di cuenta de otra cosa extraña: Alexander se asomaba cada cierto tiempo. No para hablarme. No para revisar mi trabajo. Solo… para mirar. Como si estuviera monitoreando que siguiera viva. En la reunión del mediodía, se sentó a mi lado. Nunca se sienta a mi lado. Y cuando saqué mi lápiz, se me cayó porque mis manos siguen teniendo vocación de gelatina nerviosa. Antes de que yo lo recogiera, él ya lo había hecho. —Gracias —murmuré, sorprendida. —No lo vuelvas a tirar —respondió él, como si fuera culpa del lápiz. Frío. Siempre frío. Pero ahí. Más tarde, cuando me levanté para ir por café, me siguió con la mirada. Lo sé porque lo sentí. Como láser profesional. En la tarde, cuando me despedí, dijo: —Te llevo. —¿Qué? No, no hace falta, tomo transporte —contesté rápidamente. —No es una pregunta —dijo él, con esa voz que hace que uno obedezca aunque no quiera. Y ahí estaba yo, sentada en su auto, tratando de actuar normal mientras mis pensamientos hacían maratón. Él conducía en silencio, serio, firme, como siempre. Pero cada tanto me miraba de reojo, verificando que siguiera respirando. Literalmente. Cuando llegamos a mi edificio, dijo: —Si te vuelve a pasar… me llamas. —¿Por qué? —pregunté, sin pensar. Él sostuvo mi mirada por primera vez más de dos segundos. —Porque alguien tiene que cuidarte —respondió—. Y aquí no tienes a nadie más. Mi corazón hizo un “oye, cálmate”. Yo asentí, intentando no desmayarme otra vez. —Buenas noches, Alison —dijo él. —Buenas noches, Alexander —respondí, bajando del auto con mis crespos levantándose como antenas emocionales. Subí a mi apartamento y me quedé ahí, apoyada en la puerta, pensando: No sé qué me asusta más… mi ex… o que Alexander esté empezando a importarme.



#1759 en Novela romántica
#619 en Chick lit
#531 en Otros
#230 en Humor

En el texto hay: amor celos, jefe ceo frío y serio, jefe empleda

Editado: 28.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.