El día había empezado tranquilo. Alexander había insistido en acompañar a Alison a la cafetería donde solía estudiar. No dijo que era para cuidarla, pero ambos sabían que sí. Alison intentaba fingir normalidad, aunque sus manos temblaban cada vez que el recuerdo de la amenaza del ex volvía sin permiso. Alexander se levantó un momento para tomar otra bebida, y Alison quedó sola junto a la ventana. Fue entonces cuando lo vio. Mateo , su ex. Parado al otro lado de la calle. Mirándola directamente, como si nunca se hubieran dejado, como si tuviera derecho a seguir apareciendo en su vida. Su respiración se aceleró, el pecho se cerró, la vista se nubló. Intentó levantarse, pero sus piernas no respondieron. El ex sonrió. Una sonrisa lenta, oscura, como si disfrutara verla quebrarse. Alison llevó una mano a su garganta, buscando aire. Su corazón golpeaba tan fuerte que dolía. Quiso gritar, pero no había voz. Todo su cuerpo comenzó a temblar, fijada en esos ojos que conocía demasiado bien. Alexander regresó justo en ese instante y dejó el vaso al ver su rostro. —Alison, ¿qué pasa? —preguntó, pero ella no podía responder. Siguió su mirada hacia la ventana… y lo vio. Al ex. Alexander sintió algo frío e instintivo recorrerle la columna. El ex levantó la mano en un gesto que parecía saludo… pero no lo era. Era una advertencia silenciosa. Una promesa. Antes de que pudiera cruzar la calle, Alexander rodeó la mesa y se arrodilló frente a Alison, sin apartar la vista de ella ni un segundo. —Respira conmigo —dijo con firmeza suave—. Estoy aquí. Mírame. Estás a salvo. Pero Alison seguía atrapada: el temblor, el sudor frío, las lágrimas sin permiso. Su cuerpo no obedecía. La gente empezaba a mirar. Alexander tomó su mano, cálida, estable, anclándola al presente. —No estás sola. No esta vez. El ex retrocedió unos pasos, luego se perdió entre la gente, como si nunca hubiera estado allí. Alison finalmente soltó un sollozo, apenas audible. Alexander la sostuvo antes de que se desplomara y la sacó de la cafetería sin permitir que nadie se acercara. La llevó al carro, la acomodó con cuidado y se sentó a su lado hasta que su respiración volvió a encontrar ritmo. —Lo vi —dijo él al fin, con la voz baja pero cargada de algo nuevo, algo decidido—. No estás imaginando nada. No estás exagerando. Yo lo vi. Alison cerró los ojos, agotada, pero por primera vez desde que empezó todo… no se sintió loca. No se sintió sola. Alexander encendió el motor. —No te voy a dejar —añadió, mirando hacia adelante—. No mientras él siga rondándote. Y esta vez, Alison sí le creyó.