Alexander
imposible. Algo que desafía la lógica, la física y mi personalidad perfectamente estructurada: Alison me calma. No debería. No tiene sentido. No está dentro de ninguna ecuación racional. Y sin embargo… --- Todo empezó en la mañana, cuando tuve una reunión con inversionistas importantes. De esas en las que todos hablan como si tragaran mármol y nadie sonríe porque consideran que es un gasto innecesario de energía facial. Normalmente no me afecta. Yo no me altera. Yo domino. Pero hoy, antes de entrar, sentí algo extraño. Mi corazón iba más rápido. Mi mente estaba dispersa. Mi mano, ligeramente tensa. Rebeca, por supuesto, lo notó. —Ay, mira —dijo—, hasta a los robots se les recalienta el sistema. La ignoré… como cualquier adulto funcional haría. Pero justo entonces Alison pasó por el pasillo. Ella solo dijo: —Suerte, Alexander. Dos palabras. Nada más. Y mi respiración volvió a su ritmo normal. Ridículo.
---
En la reunión, todo salió impecable. Firmé contratos, respondí preguntas, desmonté objeciones como si fueran bloques mal alineados. Pero a mitad de la presentación, mis ojos la buscaron. No estaba ahí, obviamente. Y aun así, pensé en ella. Inaceptable.
---
Después, regresé a la oficina. Rebeca me estaba esperando con su cara de “sé algo que tú no aceptas”. —¿Y bien? —preguntó. —Todo perfecto —respondí. —¿Y te calmó verla? —añadió, venenosa y feliz. —No necesito que nadie me calme —le dije. En ese exacto momento, Alison apareció detrás de mí y dijo: —Alexander, traje café… por si no has tomado. Y mi cuerpo reaccionó antes que mi cerebro: Respiración: estable. Pulso: normal. Tensión muscular: desaparecida. Molestia existencial: reducida al 12%. Rebeca levantó las manos como si hubiera atrapado al asesino en un drama policial. —EVIDENCIA —declaró.
---
Más tarde, mientras trabajaba, Alison se sentó cerca. No habló. No preguntó nada. Solo estuvo ahí, haciendo lo suyo, con sus crespos domesticados por arte de magia y esa forma tranquila de teclear. Y me di cuenta de algo inquietante: Cuando ella está cerca, el ruido del mundo… baja. Las preocupaciones… se ordenan. Mi mente… deja de correr. Como si la ciudad fuera menos ruidosa. Como si la carga pesara menos. Como si yo… descansara. Yo. Descansando. Solo por su presencia. Eso debería ser ilegal. -
--
Al final del día, Alison me dijo: —Gracias por estar siempre pendiente. Yo respondí lo más frío que pude: —Solo aseguro la productividad del equipo. Ella sonrió como si entendiera algo más profundo. Rebeca, desde lejos, gritó: —¡SE CALMAN MUTUAMENTE, ACÉPTENLO! Yo ignoré a Rebeca. Miré a Alison. Y por un segundo… me sentí bien. No por control. No por estrategia. No por seguridad. Sino por ella.