Alison
Alexander hoy está… raro. No raro malo. No raro “voy a despedir a alguien”. Raro “parezco frío pero en realidad estoy teniendo un colapso emocional silencioso”. Lo noto desde que entro. Me mira dos segundos más de lo normal. Luego tres. Luego pierde la cuenta. Y ahí aparece Iván. Pobre Iván. No tiene idea de en qué se metió. —Alison, ¿me ayudas? —pregunta. Y de la nada, Alexander surge detrás mío como si hubiera salido de una sombra. —Ella está ocupada —dice. No estoy ocupada. Estoy respirando. Pero bueno. Iván se va como si hubiera visto a un lobo. Yo volteo y veo a Alexander con los brazos cruzados, mirada seria, mandíbula apretada. —¿Estás bien? —le pregunto. —Perfectamente —dice él. No lo está. Está todo tenso. Lo conozco. O al menos… empiezo a conocerlo. Y desde ahí, comenzó su… ¿cómo llamarlo? ¿Manía protectora? ¿Celos involuntarios? ¿Actitud “nadie la toca ni le habla”? Situación 1: Me ofrecen café. Alexander llega antes que yo y dice: —Yo se lo llevo. Yo ni quería café. Ahora tengo dos. Situación 2: Fabián, el diseñador, dice: —Alison, tu idea quedó genial. Alexander: —Ella sabe que es buena. No le infles el ego. Yo: —¿Perdón? Alexander: —Nada. Situación 3: Iván vuelve. Siento una presencia detrás. Sí. Alexander. Otra vez. Literalmente parece un guardián con traje. Y aunque debería molestarme… No sé por qué, pero me calmó. Él. El frío. El distante. El que dice que no siente nada. Cuando estaba a mi lado, mi pecho dejaba de apretar, mis manos dejaban de temblar, y por un momento dejaba de sentirme incómoda en esta ciudad que todavía no siento mía. Alexander está más… Cerca. Atento. Humano. Y lo peor—o lo mejor—es que no lo disimula bien. A veces me mira como si no quisiera hacerlo. Como si le preocupara que yo note algo que él todavía no quiere aceptar. A mí también me pasan cosas. No sé qué. No sé cómo explicarlo. Pero pasan. Y ese “algo” se quedó conmigo todo el día. Sin irse. Sin explicación. Sin final todavía.