Alison
Alexander y yo hemos estado… raros. No mal, solo… diferentes. Más cercanos, más atentos, más algo. Meses de trabajo juntos y ahora pareciera que estamos en una burbuja donde él se volvió cariñoso y yo me vuelvo torpe cada vez que me mira. Pero hoy… hoy esa burbuja decide pincharse. Todo empieza cuando un diseñador nuevo llega a la empresa: Matías, francés, simpatico, con un acento que hace que cada frase suene como un piropo accidental. Rebeca lo presenta: —Alison, él es Matías, nuevo director creativo. —Un gusto, hermosa —dice él sonriendo. Nada raro, es su forma de hablar. Pero parece que a Alexander no le gustó. Porque aparece detrás de mí como un fantasma elegante: —¿Hermosa? —dice con una voz tan fría que me da escalofríos—. Interesante manera de presentarte en tu primer día. Matías no se inmuta. —Es cariño, no te preocupes. Acá todos somos buena onda. Yo sonrío nerviosa. Alexander NO sonríe. Ni un poquito. Creo que si sonriera ahora, se fracturaría la cara. --- Durante la reunión, Matías se sienta a mi lado. Normal. Pero Alexander lo observa como si fuera un virus desconocido. En un momento, Matías se inclina hacia mí para mostrarme un boceto y yo estoy tratando de entenderlo cuando escucho, bajito pero firme: —Alison, ¿podés acercarte más? —Ah… sí —me acerco para ver el dibujo. Y ahí, señoras y señores, Alexander hace un sonido. Un micro–gruñido. Un “hmm” molesto. NI SIQUIERA SABÍA QUE PODÍA HACER ESO.
---
Cuando salimos, Alexander camina rápido, tenso, y yo voy detrás preguntándome qué rayos pasó. —¿Estás… bien? —pregunto. —Perfectamente —responde sin mirarme. Eso significa no estoy bien en absoluto. —Alexander… Se detiene. —No me gustó cómo te miraba —dice brusco. —¿Cómo me miraba quién? —Ese tal Matías. —Es su forma de hablar, Alex… así es él. —No me interesa cómo es él. Yo parpadeo. —Parecías molesto. —No estaba molesto. —Alexander, casi le perforas el alma con la mirada. Se queda callado. Y eso es peor.
---
Llegamos al pasillo que divide las zonas de trabajo y él por fin me mira, serio, firme: —No me gusta que los demás hombres te hablen así. Y ahí lo entiendo todo. —¿Estás… celoso? —pregunto con una sonrisa pequeña. —No. —lo dice demasiado rápido—. Solo soy precavido. —Precavido no es lo mismo que casi querer empujar a Matías por la ventana imaginaria. Él frunce la boca, como si no supiera si reírse o de verdad molestarse más. —No estoy celoso —insiste. —Claro —digo—. Y yo no tengo crespos. Alexander suspira, y por un segundo parece que va a suavizarse, pero entonces… —Solo… no quiero que nadie se acerque demasiado a ti. Mi corazón explota. Pero mi cerebro… mi cerebro empieza a preocuparse. Porque si Alexander está así con Matías… ¿cómo va a ser cuando entren más personas nuevas? ¿Y si esto se vuelve un problema entre nosotros? Y sí. Empieza a serlo. Porque ese mismo día, él se mantiene distante. Frío otra vez. Como si no supiera cómo manejar lo que siente. Y yo paso todo el día preguntándome: ¿Y ahora qué somos? ¿Y qué se supone que haga con este hombre que es frío, pero celoso, pero tierno, pero complicado? Y por primera vez desde que lo conozco… No tengo respuesta.