Alison
Vivir con Alexander es… Una mezcla entre romanticismo premium y estrés patrocinado por su personalidad controladora. Hoy me levanté, abrí la puerta del baño… Y encontré mis cremas ordenadas por tamaño, color y función. —Alex… ¿tocaste mis cosas? —pregunté, con un rizo en la mano y media sospecha en la voz. Él, tomando café, ni pestañeó. —Sí. —¿Por qué? —Porque estaban desordenadas. —Alex… eran mis cosas. Levantó una ceja. —Y ahora son nuestras. Me odié por sentir mariposas. No es justo. No debería enamorarme porque reacomodó mi acondicionador. Pero pasa. Pasa mucho. Mientras seguía refunfuñando, recibí un mensaje en el celular. Un compañero del trabajo, Enzo, invitándome a revisar una campaña juntos. Normal. Profesional. Tranquilo. Yo apenas iba a responder cuando Alexander apareció detrás de mí como una sombra celosa con barba perfectamente recortada. —¿Quién es Enzo? —dijo con voz de “CEO a punto de despedir medio edificio”. —Un colega. —¿Y por qué te escribe a las 8 a.m.? —Porque… trabajamos juntos. Alexander frunció más el ceño. Yo rodé los ojos. —Alex, no empieces. —No estoy empezando, Luce mia. Solo pregunto. Ajá. Y yo soy astronauta.
--- Alexander
Odio a Enzo. No lo conozco, pero lo odio. ¿Quién escribe tan temprano? ¿Quién necesita “revisar una campaña” un sábado por la mañana? Nadie. A menos que quiera algo más. —Alison, no estoy molesto —mentí con descaro. Ella me miró con esos ojos que parecen saber todo lo que pienso. —Alexander, respira. Yo respiré. No sirvió. —¿Vas a verlo? —pregunté. —No —respondió ella, terminando de recoger sus cosas—. Voy a salir contigo a comprar comida, porque se te acabaron los cereales y si no comes te vuelves insoportable. Ok, sí. Eso me calmó. Mucho. Pero todavía estaba Enzo. Cuando íbamos saliendo del edificio, mi mano tomó la suya sin pensarlo. Ella me miró con esa sonrisa pequeñita que se me mete en las costillas. —Eres un celoso —me dijo. —No soy celoso —Conmigo sí. No respondí. Tenía razón.
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Alison
Terminé riendo porque Alexander estaba tan tenso que parecía un guardaespaldas mal pagado. Y eso que solo estábamos entrando al supermercado. —Alex, relájate —le dije mientras agarraba una canasta. —Estoy relajado. No, no lo estaba. Parecía que iba a golpear a alguien con una bolsa de pan. En el pasillo de verduras, un señor mayor me miró los rizos con curiosidad. —Qué cabello tan bonito tiene, señorita. Yo sonreí. —Gracias, muy amable. Pero Alexander… —¿Algo más que quiera ver? —dijo él, cruzándose de brazos. El señor casi se infarta. —¡Alex! —lo regañé. —¿Qué? —respondió él—. No me gusta cómo te miraba. —Es un viejito.
—Los viejitos también tienen ojos. Quise enojarme. Lo juro. Pero terminé riéndome tan fuerte que casi se me cae el tomate.
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Alexander
No voy a disculparme por cuidar lo que es mío.
Bueno… no es “mía”. Pero sí. Pero no. Pero sí. Confuso. Horrible. Perfecto. Mientras pagábamos, Alison se acercó, se puso en puntas de pie y me dio un beso suave en la mejilla. Se me apagó todo el mal humor. —Gracias por cuidarme —susurró. —Siempre —respondí, sin pensarlo. Luego ella me miró con esa expresión que me derrite. —Pero Alex… —¿Mm? —No me molesta que seas celoso —dijo—. Me molesta cuando te alejas por eso. Me dejó sin aire. Tragué. Asentí. Y tomé su mano. Fuerte. Segura. —No voy a alejarme, Luce mia —prometí, bajito—. No de ti. Ella sonrió. Y ahí… Ahí sentí que todo valía la pena.