Entre sonrisas y cicatrices

Capítulo 30 – “Nuestra vida, nuestra casa, nuestra luz”

Alison

alguien me hubiera dicho meses atrás que terminaría aquí— en una ciudad que no conocía, viviendo con un hombre frío por fuera y cálido solo para mí, encontrando una nueva versión de mí misma— habría pensado que era una broma. Pero ahora… Ahora estoy en la cocina, en pijama, con mis crespos medio ordenados, preparando café mientras Alexander intenta hacer panqueques por primera vez. Intentarlo, repito. —Alison… esto no se voltea —dice serio, mirando la sartén como si lo hubiera traicionado. Me río. —Alex, deja que lo intente yo. —No. —Frunce el ceño—. Yo puedo. El panqueque termina doblado, aplastado y con forma de país desconocido. —Hermoso —miento descaradamente. Alex me mira como si supiera que estoy mintiendo… pero también como si le encantara. —No te burles —dice. —Jamás —digo, abrazándolo por la espalda. Se gira hacia mí. Ese Alexander… mi Alexander… es tan distinto al que conocí en aquel aeropuerto. Este me abraza, me cuida, me besa la frente cada dos minutos, me llama Luce mia y me mira como si fuera lo mejor que le ha pasado. Y no lo digo yo. Lo veo en sus ojos. Después de desayunar (o algo parecido), salimos al balcón que tanto nos gusta. La ciudad se ve tranquila. Mis miedos de antes ya no pesan tanto. Alexander se sienta a mi lado, toma mi mano con la seguridad de quien la quiere siempre. —¿Pensando? —pregunta. Asiento. —En todo lo que ha pasado… en cómo llegué aquí sin saber nada… y ahora tengo… esto. —Lo miro—. A ti. Él cierra los ojos un momento, como si procesara cada palabra. —Luce mia… —susurra— tú no llegaste a mi vida. Entraste. Y te quedaste. Y ya no quiero que te vayas. Mi corazón late tan rápido que casi puedo escucharlo. —No voy a irme —le digo, sincera—. Esta ciudad… este hogar… tú… ya son parte de mí. Él me aprieta la mano, suave, como si fuera una promesa silenciosa. —Bien —dice al fin—. Porque tengo algo que decirte. Me quedo quieta. Alexander rara vez “tiene algo que decir”. Se levanta, va hacia la mesita del balcón… y saca una cajita pequeña. Mi alma abandona mi cuerpo. —Alex… —susurro. Él respira profundo, como si fuera la decisión más importante de su vida. Y probablemente lo es. Se arrodilla. MI ALEXANDER SE ARRODILLA. —No quiero hacer discursos largos —dice, con su voz suave—. Solo quiero que sigas aquí. Que sigamos creciendo, peleando, riendo, cuidándonos… que sigas siendo mi luz. Mi Luce mia. Abre la cajita. Un anillo sencillo, perfecto, elegante. Muy él. —¿Quieres casarte conmigo? Mi corazón se derrite. Mis ojos se llenan de lágrimas. Mi voz… tiembla. —Sí. —Lo abrazo—. Sí, Alex. Claro que sí. Él me sostiene fuerte, como si temiera que desapareciera… pero yo estoy más real que nunca.

---

Alexander

Nunca en mi vida tuve tanto miedo. Ni en juntas, ni en contratos, ni en negociaciones. Nada se compara a verla llorar mientras le preguntaba si quería casarse conmigo. Cuando dijo “sí”, sentí algo en mi pecho que jamás había sentido: paz absoluta. Alison me cambia. Me hace reír. Me molesta. Me calma. Me reta. Me mira como si valiera más de lo que siempre pensé. Ella es caos. Yo soy orden. Y juntos… funciona. La abrazó otra vez, sin querer soltarla. —Te amo, Luce mia —le digo por primera vez en voz alta. Ella se queda quieta. Luego sonríe, esa sonrisa de ella que hace que todo lo malo desaparezca. —Yo también te amo, Alex. No creo que exista frase más perfecta. Nos quedamos así, en el balcón, mientras el sol cae y la ciudad sigue su ruido normal. Pero para mí… todo está en silencio. Todo está bien. Ella es mi hogar. Mi calma. Mi futuro. Mi luz.



#1759 en Novela romántica
#619 en Chick lit
#531 en Otros
#230 en Humor

En el texto hay: amor celos, jefe ceo frío y serio, jefe empleda

Editado: 28.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.