Alexander
No voy a mentir: pensé que dirigir una empresa internacional era difícil… hasta que tuve que elegir servilletas para la boda. —¿Marfil o blanco perla? —preguntó la organizadora. —Son exactamente iguales —respondí. —NO LO SON —gritó Alison desde el otro lado del salón. Ahí supe dos cosas: 1. Me iba a casar con la mujer que amo. 2. Y también con las servilletas blanco perla. El día llegó más rápido de lo que pensé. El salón estaba decorado con luces cálidas, flores blancas y detalles dorados. Todo impecable. Pero aun así, cuando ella entró… Sentí que el mundo se ponía de rodillas. Alison caminaba hacia mí con un vestido suave, elegante, casi etéreo. Y yo, el hombre frío que decía no necesitar a nadie, estaba a punto de llorar frente a 200 personas. Ella llegó al altar. Tomó mis manos. Y me sonrió como si yo fuera el único en la sala. —Ti stai calmando? —susurró, burlona. —No. Me estoy derritiendo —le respondí. La gente rió. Ella se sonrojó. Yo me enamoré otra vez. Cuando el sacerdote dijo: —¿Aceptas a Alison…? Contesté antes de que terminara: —Sí. Completamente. Para siempre. Ella soltó una risita, y sus dedos apretaron los míos. El beso… Bueno, digamos que duró lo suficiente para que Rebeca gritara: —¡YA SUFICIENTE, HAY NIÑOS AQUÍ! Nos alejamos, riendo. Mi esposa. Mi bambolina. Mi luce mia. Y pensé: Qué suerte tengo de haberla encontrado.
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Alison
Ok, sí. Me tardé TRES horas arreglándome. Y sí, Rebeca casi llora porque a último minuto decidí cambiar de peinado. Pero cuando entré y vi a Alexander… Todo valió la pena. Estaba hermoso. Elegante. Y con esa cara de “me voy a desmayar pero intentaré verme profesional”. Cuando llegué al altar, él me miró como si yo fuera un milagro. Yo, Alison, la que derramó café en su primer día de trabajo. La que casi se desmaya en la gala. La que tuvo tanto miedo, tantas veces. Y él… se convirtió en mi casa. Las palabras del sacerdote fueron un poco borrosas, porque solo podía ver los ojos de Alex, llenos de cariño. El tipo que antes ni sonreía, ahora estaba temblando. —¿Aceptas a Alexander…? —Sí —dije sin pensarlo. Y cuando nos besamos, sentí que todos los pedazos rotos de mi vida finalmente encontraban su lugar. Después del “sí, acepto”, Alexander no me soltó NI UN SEGUNDO. Bailó conmigo lento, luego rápido, luego como si se hubiera aprendido coreografías secretas (que claramente NO tenía). Rebeca lloró. Todos aplaudieron. Y Alexander me susurró en el oído: —Luce mia… esta es solo la primera página de una vida completa contigo. Y yo… Me enamoré por millonésima vez.