Alexander
PRIMEROS MESES
Nunca pensé que podría tenerle miedo a una palabra tan pequeña como: “Antojo.” El primer mes, Alison se antojaba de cosas normales. Pan, fruta, helado… yo era feliz. Pero el segundo mes… —Alex, quiero mango. —Claro, voy por— —Pero que esté frío. —Bien— —Y picado. —Perfecto— —Pero no mucho. —… —Y con limón. —Vale— —Y sal. —¿Con limón y sal? —Sí. —…¿quieres que viva? —ALEX, EL MANGO. Me encontraba persiguiendo frutas específicas, a temperaturas específicas, con cortes específicos… como si fuera una misión de vida o muerte. Y honestamente: lo hacía feliz. Porque cada vez que se lo llevaba, ella sonreía. Mi sonrisa favorita. Mi paz. Eso sí: estaba paranoico. —Alison, no cargues eso. —Es una servilleta. —NO LA CARGUES. —Alison, cuidado al bajar. —Son tres escalones. —Precisamente. Pueden ser letales. Un día Rebeca me dijo: —Alexander, he visto guardias presidenciales menos tensos. —Rebeca, si Alison se tropieza, voy a demandar a la gravedad. A lo cual Alison se rió tanto que empezó a llorar, y luego lloró porque estaba llorando, y luego lloró porque no sabía por qué lloraba. La abracé. Horas. Días. No sé. Pero juro que me enamoré más.
---
Alison
— TERCER MES
El tercer mes fue una montaña rusa hormonal con pase VIP. Lloraba por comerciales. Por gatitos. Por comida. Por mis propios rizos, que decidieron multiplicarse como si fueran personajes adicionales. Y Alexander… pobrecito mi hombre. —Alison, ¿por qué lloras? —No lo sé. —Ven aquí. —¡No me abraces! —Está bien, no te abrazo. —¿POR QUÉ NO ME ESTÁS ABRAZANDO?
El hombre quedó destruido. Pero nunca me soltó. Nunca se enojó. Nunca perdió la paciencia. Cada noche me hablaba al vientre: —Crecen bien, ¿sí? Te quiero conocer pero no te apresures, pequeño. Y yo me derretía como helado.
---
Alexander
— QUINTO MES
Cuando supimos el sexo del bebé, yo casi desmayo. —Es una niña —dijo el doctor. Yo solo pensé: Estoy acabado. Mi corazón ya no me pertenece. Soy un esclavo voluntario de dos mujeres. La miré a Alison. Ella estaba llorando. Yo también, pero obviamente fingí que era una alergia repentina a la felicidad. Toda la noche repetí: —Una niña. Nuestra niña. Mi pequeña luce. Y sí, practiqué discursos intimidatorios para futuros exnovios. Rebeca me grabó. Lo negaré hasta la muerte.
---
ALISON
— OCTAVO MES
No podía ver mis pies. Eso era un problema serio. Alexander se encargaba de todo: me ponía crema en la barriga, me hacía masajes en los pies, me acomodaba los cojines como si fuera arquitecto de almohadas (lo era), y cada vez que me veía incómoda decía: —¿Quién te molesta? Yo lo resuelvo. —Alex… es mi útero. —Dime dónde vive. — Un día tuve un antojo a medianoche. —Alex, quiero ensalada de frutas… —Listo. —Pero sin papaya. —Bien. —Y con uvas. —Ok. —Y helado. —¿Helado encima? —Sí. —¿De qué sabor? —Sorpresa. —¿Sorpresa? —Alex, estoy embarazada, no complicada. Volvió con doce sabores. Lo amo.
--- ✨ EL NACIMIENTO
— Alexander
Nunca en mi vida tuve tanto miedo y tanta fuerza al mismo tiempo. Alison estaba agarrando mi mano como si quisiera arrancarla. Yo estaba seguro de que iba a morir ahí. —ALEX, ME DUELE. —Lo sé, luce mia, respira— —¡NO RESPIRES TÚ! —Bien, no respiro. —¡ALEX, RESPIRA! —ESTOY CONFUNDIDO. Pero cuando escuché el primer llanto… mi corazón dejó de ser mío. Vi a nuestra hija. Pequeña. Perfecta. Con un mechoncito de pelo Me temblaban las manos cuando la tomé. —Hola, piccola luce… —susurré—. Soy tu papá. Prometo cuidarte toda la vida. Miré a Alison, agotada, hermosa, radiante. —Luce mia… lo hiciste increíble. Ella sonrió. Y yo supe que lo tenía todo. Todo.