Camila llegó temprano a la oficina con una misión: ganarle a Andrés en su propio juego.
Había pasado la noche planificando su venganza con precisión quirúrgica.
Cuando él se sentó en su escritorio, encontró su teclado envuelto en papel film.
—¿Qué es esto? —preguntó, divertido, tratando de romper el plástico.
—Prevención de gérmenes —respondió Camila, con inocencia falsa—. No quiero que te contagies de… exceso de perfección.
Él rió, y mientras ella se felicitaba mentalmente, descubrió que su propio monitor tenía un post-it gigante pegado con marcador rojo:
“MODO DRAMA: ACTIVADO.”
Camila lo arrancó de un tirón, pero no pudo evitar sonreír.
La guerra alcanzó otro nivel en la sala de impresoras. Camila imprimía un informe de veinte páginas. Cuando lo recogió, descubrió que entre sus gráficas había aparecido, mágicamente, una hoja con una caricatura de ella sosteniendo un café gigante y cara de zombie.
Debajo, un pie de foto:
“Camila antes de su dosis diaria de agua sucia.”
—¡¿Andrés?! —gritó, mostrándole la caricatura.
Él apareció detrás con una taza en la mano.
—¿Sí? Te hice más simpática de lo normal, deberías agradecer.
Los compañeros de oficina ya empezaban a apostar en secreto sobre quién ganaría la guerra.
Esa tarde, Camila decidió contraatacar en el edificio. Sabía que Andrés bajaba siempre a las 20:00 a dejar la basura. Esperó escondida con un globo de agua helada, dispuesta a lanzarlo desde el pasillo cuando lo viera salir.
El plan sonaba brillante. Hasta que abrió la puerta demasiado rápido, tropezó con la bolsa de basura y terminó mojándose ella misma.
Andrés, parado frente a ella con su bolsa en la mano, la observó en silencio… y estalló en carcajadas.
—Eres un desastre, Camila. Un desastre con iniciativa, pero desastre igual.
Ella, empapada y furiosa, estuvo a punto de replicar. Pero entonces lo vio: su risa no era burlona, era genuina, libre, tan contagiosa que por un segundo olvidó estar en guerra.
Y, contra su voluntad, terminó riéndose también.
—¿Sabes? —dijo Andrés, todavía riendo—. Creo que este es un empate.
Camila lo miró, con gotas de agua resbalando por su cabello.
—Ni hablar. Esto apenas comienza.
Pero en el fondo, mientras subía las escaleras chorreando, sintió algo extraño en el pecho. Algo que no tenía nada que ver con la guerra.
Era más parecido a un cosquilleo peligroso.