Entre sorbos y tropiezos

Capítulo 5: Declaración de guerra (y algo más)

La oficina ya no era la misma.
Desde que Camila y Andrés iniciaron su batalla, todos los compañeros habían tomado partido en silencio. Algunos apoyaban a Camila, la “underdog” que luchaba con uñas y dientes. Otros idolatraban a Andrés, el estratega frío y preciso.

Los lunes se habían convertido en un espectáculo: ¿qué se harían ahora?

Ese día, Camila llegó temprano con un plan maestro. Había cambiado la contraseña del proyector de la sala de juntas, de modo que cuando Andrés intentara mostrar su presentación ante la jefa, en la pantalla aparecería una foto de un gato con lentes y la frase:

“Yo también sé de proyectos.”

Funcionó a la perfección. Andrés se quedó congelado, mientras la jefa arqueaba una ceja y los demás reprimían carcajadas.

Camila casi se cayó de la silla riendo.

Pero la venganza fue rápida. Al regresar a su escritorio, descubrió que Andrés había puesto como fondo de pantalla de su computador una imagen de una taza de café con el mensaje:

“Propiedad de Camila, amante oficial del agua sucia.”

Ella lo fulminó con la mirada. Él levantó su taza victorioso.

Esa noche, la guerra se trasladó al edificio. Camila, cargando sus bolsas del supermercado, entró al ascensor. Andrés llegó justo detrás, con una caja enorme en los brazos.

—¿Podrías presionar el piso cinco? —pidió, sin poder mover las manos.

Camila dudó. Podía ignorarlo, vengarse… pero terminó presionando el botón.

El ascensor subió, pero de pronto se detuvo con un tirón brusco. Otra vez.

—No puede ser —murmuró Camila—. Esto es una pesadilla recurrente.

La luz parpadeó y quedaron atrapados.

Andrés suspiró, dejó la caja en el suelo y se sentó.
—Al menos esta vez traje provisiones.

De la caja sacó una bolsa de panecillos. Camila lo miró incrédula.

—¿En serio cargas panecillos en una caja gigante?

—En mi defensa, eran para la reunión de mañana. —Le ofreció uno—. ¿Quieres?

Ella dudó, pero el estómago rugió. Tomó uno, fingiendo indiferencia.

Comieron en silencio unos minutos, hasta que Andrés rompió la tensión.

—Sabes, Camila… eres la primera persona en mucho tiempo que logra sacarme de quicio.

Ella arqueó una ceja.
—¿Eso es un cumplido o una declaración de guerra?

—Un poco de ambas —respondió él, con una sonrisa cansada.

Por primera vez, no había burla en su mirada. Solo sinceridad. Camila sintió que algo en su pecho se apretaba.

El ascensor se reanudó de golpe y la magia del momento se rompió. Pero cuando las puertas se abrieron, ambos salieron con la sensación de que algo había cambiado.

La guerra seguía, sí.
Pero ahora había algo más, escondido entre las risas y los sabotajes.



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En el texto hay: amor, odio, gracioso

Editado: 22.09.2025

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