Entre sorbos y tropiezos

Capítulo 10: El caos máximo

La oficina amaneció en silencio… hasta que Camila vio la primera señal: su escritorio estaba cubierto por cientos de post-its amarillos con mensajes que decían:

“Te observo, señorita agua sucia. —A”

—¡Esto no es un escritorio, es un campo de batalla! —exclamó, riendo a la vez que arrancaba cuidadosamente los post-its.

Andrés apareció en la puerta, cruzando los brazos con una sonrisa triunfal.
—Buenos días, capitana del caos —dijo—. Hoy la guerra alcanza otro nivel.

Camila arqueó una ceja.
—¿Más nivel? ¿Qué planeas, una invasión aérea con globos?

—Exactamente. —Él le guiñó un ojo y desapareció hacia la cocina.

Media mañana, la batalla estalló oficialmente. Globos de agua, confeti y pequeñas trampas con clips en el suelo transformaron la oficina en un campo de obstáculos. Los compañeros gritaban y reían, esquivando proyectiles de post-its y pequeñas bombas de agua.

Camila, decidida a ganar, preparó un “sándwich explosivo”: envolvió un pastelito en una capa de plástico que, al apretarlo, lanzaba migas y crema por doquier. Andrés, confiado, abrió la tapa de su escritorio… y terminó cubierto de migas y crema, provocando carcajadas generales.

—¡Esto no está permitido! —gritó él, limpiándose con exageración, mientras sus mejillas se sonrojaban—. Punto para ti… creo.

—¡Sí! —celebró Camila, saltando ligeramente sobre su silla.

Pero en medio del caos, ocurrió lo inesperado. Mientras ambos recogían restos de la batalla, Andrés tropezó con un globo que ella había colocado estratégicamente y cayó sobre Camila… de forma torpe, pero perfecta.

Se miraron a los ojos por un instante demasiado largo. Camila sintió su corazón acelerarse.
—¿Estás bien? —preguntó él, con una mezcla de preocupación y diversión.

—Sí… sí, estoy bien —respondió ella, aunque su voz traicionaba su nerviosismo.

Andrés sonrió suavemente, apartándose un mechón de cabello de su rostro.
—Sabes… —dijo—. Esto de la guerra… me gusta. Contigo, al menos.

Camila parpadeó, sin palabras, mientras sentía que todo el caos a su alrededor desaparecía por un momento.

—Yo… también —murmuró, sonriendo tímidamente.

El resto del día continuó con la guerra, sí, pero ahora había un ingrediente nuevo: complicidad.
Cada broma, cada sabotaje, tenía un guiño escondido: un roce de mano accidental, una sonrisa cómplice, un “ojo por ojo” que terminaba en carcajada compartida.

Cuando la jefa volvió a la oficina, encontró una escena absurda: globos explotados, papeles por todas partes y Camila y Andrés sentados juntos, riendo y limpiando restos de pastel.

—¡Esto es inaceptable! —exclamó, pero no pudo ocultar la sonrisa.

Camila y Andrés se miraron, y sin palabras, ambos supieron que la guerra había cambiado.
Todavía competían, sí, pero ahora había algo más… algo dulce, divertido y peligroso, escondido entre sabotajes y risas.

La guerra continuaba… pero de repente, parecía mucho más divertida.



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En el texto hay: amor, odio, gracioso

Editado: 22.09.2025

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