Entre sorbos y tropiezos

Capítulo 22 – “El complot de las sillas”

El lunes comenzó con un detalle extraño: todas las sillas de la oficina estaban cambiadas de lugar. Las ergonómicas estaban en recepción, las de visita en el área de ventas y la del jefe… ¡estaba en el baño!

—¿Qué demonios pasó aquí? —preguntó Jimena, tratando de sentarse en una silla diminuta que parecía robada de un jardín infantil.

Tomás rodó hasta el escritorio de Camila en una silla con ruedas que rechinaba como un gato enojado.
—No me digas que esto no tiene tu sello —dijo señalando a Camila.

Ella alzó las manos, haciéndose la inocente.
—Yo no fui. Pero tengo mis sospechas.

Andrés apareció con una sonrisa maliciosa, intentando no reír cuando vio a todos luchando con sillas incómodas.
—¿Qué pasó? —preguntó con falsa sorpresa.
—¡Sabemos que fuiste tú! —gritó Jimena, resbalándose de la silla miniatura.

Camila entrecerró los ojos.
—Muy gracioso, hacker de sillas. Pero te olvidaste de algo.

—¿Ah, sí? —Andrés cruzó los brazos.
—Sí —replicó ella—. Que yo tengo acceso al cuarto de suministros.

De pronto, apareció con un arsenal de cojines, respaldos de colores y hasta un par de reposapiés.
—¡Operación rescate de sillas ha comenzado! —anunció como si fuera una heroína de acción.

Todos comenzaron a “tunar” sus sillas con lo que Camila les pasaba. La oficina quedó convertida en un carnaval de colores: sillas rosas con cojines verdes, respaldos con pegatinas brillantes y hasta un reposapiés que terminó siendo usado como patineta por Tomás.

Andrés, en su escritorio, miraba con cara de “esto no salió como esperaba”.

—¿Sabes? —dijo Camila, pasando por su lado—, tu broma fracasó. La gente está más cómoda que nunca.

Andrés resopló.
—No puedes ganar siempre, detective.
—Yo nunca pierdo —contestó ella, acercándose peligrosamente a su silla—. Y si intentas otra cosa, ya sabes lo que te espera.

Lo miró tan de cerca que por un instante ambos se quedaron en silencio, con el bullicio de fondo. La tensión se cortó cuando Jimena gritó desde su puesto:

—¡Oye, Andrés, me tocó la silla del jefe! ¡Voy a ascender por default!

La risa explotó otra vez, y la “guerra de sillas” pasó a la historia como uno de los días más caóticos pero memorables en la oficina.

Al salir esa tarde, Andrés se acercó a Camila.
—Te ves bien cuando te ríes de tus propias victorias.
Ella rodó los ojos, aunque una sonrisa se le escapó.
—Y tú te ves mejor cuando aceptas la derrota.



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En el texto hay: amor, odio, gracioso

Editado: 13.10.2025

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