El martes amaneció con un silencio incómodo en la oficina. Nadie se atrevía a encender la cafetera, ni a comentar el incidente del “escritorio parlante”.
Don Ernesto entró con su cara de siempre, aunque esta vez con un leve tic en el ojo izquierdo.
—Buenos días —dijo, pero el tono sonaba a “recen por su empleo”.
Camila y Andrés fingían concentrarse. Ella tipeaba un documento inexistente con la velocidad de un pianista; él, revisaba la misma celda de Excel por quinta vez.
—Tengo algo que anunciar —dijo el jefe, dejando su maletín sobre el escritorio—. Debido a ciertos… sucesos recientes, he decidido instalar cámaras de seguridad internas.
Un murmullo recorrió la oficina.
Jimena soltó un “¡chan!” digno de teleserie.
Camila giró lentamente hacia Andrés.
—Genial, ahora seremos estrellas de reality —susurró.
—Tranquila, detective, tengo un plan —respondió él, también en voz baja.
Más tarde, cuando el jefe salió a una reunión, Andrés se acercó con su laptop y un cable misterioso.
—Podemos “simular” que las cámaras están activas. Solo hay que desviar la señal —explicó.
—¿Desviar? —repitió Camila, arqueando una ceja—. No somos la NASA, Andrés.
Él sonrió.
—No, pero tengo talento para el caos.
En cuestión de minutos, lograron conectar las cámaras al proyector del salón de reuniones. El resultado: una imagen en bucle del pasillo vacío. Si alguien revisaba las grabaciones, solo vería a la gente entrando y saliendo una y otra vez, como si vivieran el mismo día.
—Esto es ridículo —dijo Camila riendo—. Es como una versión barata de El día de la marmota.
—Lo importante es que funciona —respondió Andrés, orgulloso.
Justo entonces, la voz del jefe sonó por los parlantes:
—Camila, Andrés, los quiero en mi oficina. Ahora.
Ambos se miraron con horror.
—¿Crees que descubrió algo? —preguntó ella.
—Tal vez… o tal vez es una trampa.
—Perfecto. Me encantan las trampas —replicó Camila, enderezando el blazer como una heroína que va a su destino.
Entraron juntos. Don Ernesto los observó con los brazos cruzados.
—Ustedes dos… últimamente están muy coordinados, ¿no creen?
Camila abrió la boca, pero Andrés la interrumpió.
—Es trabajo en equipo, señor. Productividad compartida.
—Ah, ¿sí? —El jefe los miró con desconfianza—. Pues sigan así. Desde hoy, van a trabajar juntos en el nuevo proyecto del mes.
Camila se quedó paralizada.
—¿Juntos?
—Exacto. Una sola mesa. Un solo informe. Cero bromas.
Cuando salieron de la oficina, ambos suspiraron a la vez.
—Esto es una tortura —dijo ella.
—O una oportunidad —contestó él, sonriendo.
—¿Oportunidad de qué?
—De demostrar quién se rinde primero.
Camila sonrió de lado.
—Sueña, hacker.
Pero lo que ninguno de los dos admitió fue que, en el fondo, la idea de pasar tanto tiempo juntos no les parecía tan mala.