Entre sorbos y tropiezos

Capítulo 26 – “Misión fuera de la oficina”

Era jueves cuando don Ernesto lanzó la bomba.
—Camila, Andrés… necesito que representen a la empresa en la presentación de clientes en Valparaíso.
Ambos hablaron al mismo tiempo:
—¿¡Qué!?

—Exacto —dijo el jefe sin inmutarse—. Es una oportunidad para demostrar su madurez laboral. Salen mañana. Juntos. En auto.

Camila se quedó congelada. Andrés se llevó una mano a la nuca, intentando no sonreír.
—Perfecto, jefe. Prometemos no matarnos en el camino.

El viernes por la mañana, Camila llegó al estacionamiento con su maleta pequeña, un termo de café y cara de pocos amigos.
—No puedo creer que me toque viajar contigo.
—Tranquila —dijo Andrés, apoyado en el auto—. Prometo manejar sin bromas… a menos que pongas música cursi.

Camila se subió sin responder.
Media hora después, ya iban por la carretera, el silencio solo roto por la radio. Todo parecía normal hasta que sonó “Corazón Partío” de Alejandro Sanz.

—¿Puedo cambiar eso? —preguntó Andrés.
—Ni lo pienses. Esta es un clásico —respondió ella.
—Un clásico para llorar en la ducha.
—Tú no entiendes de arte emocional —replicó Camila.

Y así comenzó una discusión absurda sobre música, que terminó con ambos cantando a gritos una balada ochentera para no quedarse dormidos.

Cuando por fin llegaron al hotel, la recepcionista sonrió amablemente.
—Reservas a nombre de la empresa… habitación doble.

Silencio.
Camila y Andrés la miraron al mismo tiempo.
—¿Doble? —repitió ella, horrorizada.
—Debe haber un error —añadió él.

No lo había. Todo estaba lleno por un congreso, y la única habitación libre tenía dos camas, pero un solo baño.

Camila suspiró resignada.
—Perfecto. Esto es una sitcom en vivo.

La tarde transcurrió entre la reunión con clientes, presentaciones torpes y un par de comentarios cómicos de Andrés que lograron que todos rieran (menos Camila, que intentaba mantener el profesionalismo).
Pero al final, el cliente quedó encantado, y don Ernesto los felicitó por teléfono.

Esa noche, en el hotel, Camila revisaba unos correos mientras Andrés se asomaba por la ventana.
—No estuvo tan mal, ¿eh? —dijo él.
—Sigo sorprendida de que no hayas hecho explotar el proyector —contestó ella, sonriendo.

El ambiente se volvió más tranquilo, más cálido. Andrés la miró, pensativo.
—¿Sabes? A veces siento que disfrutas discutir conmigo.
—¿Yo? Por favor.
—Porque si no te gustara, no me mirarías con esa cara cuando gano.

Camila levantó la vista.
—¿Y qué cara es esa?
Él se inclinó un poco.
—La de “odio que me caigas bien”.

Por un instante, el aire se detuvo. Las luces de la ciudad se reflejaban en la ventana y el silencio pesó… hasta que un ruido desde el baño los sobresaltó.

La ducha había explotado en una nube de vapor, inundando el cuarto.
—¡Ay no! —gritó Camila corriendo a cerrar la llave.
Andrés se rió, empapado.
—Bueno, al menos ya tenemos sauna incluido.

Camila no pudo evitar reír también.
Y por primera vez, la guerra entre ellos se sintió más como una historia que recién empezaba.



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En el texto hay: amor, odio, gracioso

Editado: 13.10.2025

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