Lunes por la mañana.
Camila entró a la oficina con paso decidido, el cabello perfectamente arreglado y un café doble en la mano.
Nada fuera de lo normal… salvo que todos la miraban.
—Buenos días —saludó, fingiendo calma.
Nadie respondió. En su lugar, los compañeros de trabajo la observaban con sonrisas cómplices.
En ese momento, Andrés apareció detrás de ella, también con café.
—¿Dormiste bien después del viaje? —preguntó, sin pensar.
Silencio total.
Hasta que alguien en el fondo susurró:
—“Después del viaje” dice... 👀
Camila lo fulminó con la mirada.
—No alimentes rumores —murmuró entre dientes.
—¿Qué rumores? —dijo Andrés con inocencia—. ¿De que me robaste la frazada en el hotel o de que casi muero en la ducha?
—¡Andrés! —le gritó en voz baja.
Pero ya era tarde.
Claudia, la más curiosa del equipo, ya estaba acercándose.
—Así que... ¿viaje compartido? ¿Habitación compartida?
—Dos camas —respondió Camila rápidamente.
—Una ducha rebelde —añadió Andrés con una sonrisa.
Las carcajadas no se hicieron esperar.
El jefe apareció en ese momento y levantó una ceja.
—¿Todo bien, jóvenes?
Camila se enderezó.
—Perfectamente, señor. Solo comentábamos el éxito del viaje.
—Excelente —dijo él—. Entonces los pondré juntos para el próximo evento en Concepción.
Camila casi se atraganta con el café.
Andrés, en cambio, sonrió como quien gana una apuesta.
Más tarde, en la hora de almuerzo, Camila lo enfrentó en la terraza.
—¡Esto es tu culpa! Si no hubieras hecho chistes, nadie habría sospechado nada.
—Vamos, no fue tan grave. Solo piensan que hubo “química”.
—¡No hubo química! —respondió ella, colorada.
—¿Segura? Porque cuando te reíste con la ducha, casi lo tomo como señal de reconciliación con el universo.
—Eres insoportable.
—Y tú te estás acostumbrando —replicó él.
Se quedaron en silencio un momento, observando la ciudad desde la terraza.
El viento movía el cabello de Camila, y Andrés la miró con esa mezcla de ternura y humor que ya no sabía disimular.
—¿Sabes qué? —dijo ella finalmente—. A veces pienso que lo nuestro es como un mal chiste.
—¿Por qué?
—Porque siempre empieza con una discusión.
—Y termina con una sonrisa —agregó él, bajando la voz.
Camila lo miró, sin poder negar que tenía razón.
En ese momento, su amiga Carla apareció desde la puerta, gritando:
—¡Oigan! ¡El jefe quiere saber si comparten habitación otra vez!
Camila bufó.
Andrés soltó una carcajada.
Y el romance que nadie creía posible empezó a parecer inevitable.