Era martes al mediodía, y la oficina olía a café recién hecho y sandwiches de pavo. Camila y Andrés habían decidido almorzar juntos en la terraza, lejos de los demás… aunque nadie creyó que podrían pasar desapercibidos.
—¿Seguro que nadie nos ve aquí? —preguntó Camila, acomodando su bolso.
—Tranquila —dijo Andrés—, nadie viene a esta terraza excepto los que traen su sándwich de atún.
Justo cuando se sentaron, Tomás apareció, fingiendo leer un informe.
—Oh, qué coincidencia, yo también traje mi sándwich… de observación —dijo, guiñando un ojo.
Camila suspiró.
—Esto no puede ser tan difícil…
Andrés tomó un bocado de su wrap y lanzó una sonrisa cómplice.
—Al menos, podemos comer en paz mientras planeamos la próxima guerra.
Ella lo miró.
—¿Próxima guerra? Pensé que después del beso accidental habíamos firmado la paz.
Él se encogió de hombros.
—La paz es aburrida. Prefiero la paz con humor.
De repente, un pájaro apareció sobre la baranda, mirando con curiosidad sus sandwiches. Antes de que pudieran reaccionar, el pájaro se lanzó sobre el wrap de Andrés, llevándose un bocado entero.
—¡Oye! —gritó Andrés, tratando de recuperar su almuerzo.
—¡Jajaja! —exclamó Camila, sin poder contenerse—. Eso te pasa por presumir.
Tomás, escondido detrás de una planta, aplaudió con entusiasmo:
—¡Y la guerra continúa!
Andrés miró a Camila, todavía sosteniendo su wrap destruido.
—Bueno, esto convierte nuestro almuerzo en una aventura compartida…
—Sí —dijo ella, mordiendo su sonrisa—, una aventura con mucho riesgo y mucho lío.
Por un momento, el mundo pareció reducirse a ellos dos, con risas contenidas y miradas furtivas. Incluso el pájaro, que había aterrizado en la baranda, parecía un testigo cómplice de la química que estaba creciendo entre ellos.
Cuando regresaron a la oficina, empapados de risas y con los pantalones algo manchados por las migas, Jimena los recibió con una mirada significativa.
—Creo que alguien tendrá que pagar el almuerzo del pájaro.
—¡Fue culpa del pájaro! —protestó Andrés, todavía riendo.
—Claro, como siempre —replicó Camila, rodando los ojos pero con una sonrisa que delataba que le encantaba todo el caos.
Ese día, ambos entendieron que la guerra podía terminar, pero las risas y los momentos inesperados serían su nuevo campo de batalla… y también su excusa perfecta para acercarse más.