Entre sorbos y tropiezos

Capítulo 33 – “El karaoke de la oficina”

Era jueves por la tarde, y la oficina estaba inquieta. Jimena había traído un equipo de karaoke portátil, con luces de colores y canciones de todos los géneros.
—¡Hoy se canta o se muere en silencio! —anunció, levantando un micrófono como si fuera la varita mágica del caos.

Todos los empleados miraron a Camila y Andrés, quienes se sentaron juntos, intentando pasar desapercibidos.
—¿Quién pensó que esto sería divertido? —susurró Camila.
—Alguien que sabe que tus habilidades de canto podrían asustar al pájaro del almuerzo —respondió Andrés, guiñándole un ojo.

Jimena comenzó a llamar voluntarios. Uno tras otro subieron al pequeño escenario improvisado: Tomás cantó desafinando, Claudia bailó como si estuviera en un videoclip, y algunos empleados intentaron canciones de rock mientras las luces parpadeaban de manera ridícula.

Finalmente, Andrés susurró:
—Creo que deberíamos hacer un dueto.
—¿Un dueto? —preguntó Camila, sorprendida—. ¿Estás loco?
—Tal vez —dijo él con una sonrisa traviesa—. Pero será divertido… o desastroso.

Cuando llegó su turno, subieron al escenario. Andrés tomó un micrófono y Camila el otro. La canción elegida: un clásico romántico pero con ritmo movido.

Desde el primer verso, ambos comenzaron a intercambiar miradas y risas mientras cantaban desafinando a propósito, exagerando gestos y movimientos.
—¡Esto es un espectáculo! —gritó Jimena desde el público—. ¡Me encanta!

Durante el coro, Andrés “accidentalmente” se inclinó demasiado hacia Camila y casi se caen del escenario. Ella lo sostuvo, y en ese instante, sus rostros quedaron a centímetros.
—Uf… —susurró ella, sonrojada—. Esto estuvo muy cerca.

—Sí, demasiado cerca para ser un accidente —replicó él, con una sonrisa pícara.

El resto de la oficina no podía contener la risa y los comentarios:
—¡Se besan, se besan! —gritó Tomás, golpeando la mesa—.
—No, no… es solo un dueto —dijo Claudia, pero también sonriendo—. Claro que sí…

Al final de la canción, Andrés tomó la mano de Camila sin darse cuenta, y ella no la retiró.
—Bueno… —dijo él, suavizando la voz—. Esto fue… divertido.
—Sí —respondió ella, todavía sonrojada—. Muy divertido… y ridículamente romántico.

Don Ernesto apareció al final, levantando las cejas.
—Jóvenes, han transformado un karaoke en una experiencia… educativa. —Miró a ambos—. Aunque me preocupa su coordinación.

Ambos rieron, devolviendo la mano del otro a la normalidad, aunque sus dedos se rozaron una vez más.

Cuando regresaron a sus escritorios, compartieron un momento de complicidad silenciosa. La oficina seguía llena de risas y comentarios, pero ellos estaban en su propio mundo, donde la guerra de bromas había evolucionado a coqueteos y sonrisas compartidas.



#2210 en Novela romántica
#763 en Chick lit

En el texto hay: amor, odio, gracioso

Editado: 13.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.