Entre sorbos y tropiezos

Capítulo 34 – “La tormenta y la confesión”

Era un viernes lluvioso. La ciudad parecía un mar de paraguas y charcos, y la oficina estaba atrapada por la tormenta: nadie podía salir. Don Ernesto se había ido temprano, dejando al equipo “libre” para continuar trabajando, aunque la lluvia hacía que todo se sintiera más lento y pesado.

—Perfecto —susurró Jimena—. Ahora estamos atrapados aquí… y con todos esos informes pendientes.
—Atrapados… —repitió Claudia, mirando por la ventana—. Suena como el título de una película dramática.

Camila se sentó en su escritorio, mirando cómo las gotas golpeaban el vidrio. Andrés apareció, con el cabello algo húmedo, sosteniendo un paraguas doblado que había olvidado cerrar correctamente.

—Hola —dijo él, con voz tímida—. Parece que estamos condenados a pasar la tarde juntos.
—Sí —respondió ella, con una sonrisa que no pudo ocultar—. Condenados a trabajar y escuchar los chismes de la oficina.

El resto de los empleados estaba ocupado en sus tareas, lo que dejó a Camila y Andrés solos en la sala de reuniones, rodeados de informes, computadoras y charcos de lluvia que se filtraban por la ventana abierta accidentalmente.

—¿Sabes? —dijo Andrés, apoyando el brazo en la mesa—. Me gusta cómo estamos aquí, solos… sin distracciones.
—Sí… —contestó Camila, mirando sus manos sobre la mesa—. Es raro, pero se siente… bien.

Un silencio cómodo se instaló entre ellos, roto por un pequeño accidente: un papel mojado cayó sobre el teclado de Andrés, provocando un corto circuito y un pitido agudo.

—¡Ahhh! —gritó él, saltando—. Esto definitivamente no estaba planeado.
—Jajaja, te lo dije… —dijo Camila, intentando ayudar mientras se reía—. La lluvia y los papeles mojados forman un buen escenario dramático.

Después del pequeño caos, ambos se quedaron en silencio, mirándose. Por primera vez, la guerra y las bromas parecían lejos, reemplazadas por algo más cercano y cálido.

—Andrés… —dijo Camila, bajando la voz—. Hay algo que quería decirte.
—¿Sí? —preguntó él, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo.

Ella respiró profundo.
—Creo que… me gustas.
Él parpadeó, sorprendido, y luego sonrió ampliamente.

—¿Solo me gustas? —preguntó, inclinándose un poco más hacia ella—. Porque yo… creo que me gustas mucho más que eso.

Por un momento, la lluvia golpeando la ventana fue lo único que se escuchaba. Andrés extendió su mano, rozando suavemente la de Camila.
—¿Podemos dejar que esto… siga? —susurró.
—Sí —contestó ella, con una sonrisa tímida pero segura.

En ese instante, Jimena pasó por la puerta, interrumpiendo la magia accidentalmente:
—¡Oigan! ¿Todo bien aquí? ¡Porque el café se está enfriando!

Ambos rieron, separando un poco sus manos, aunque sus miradas seguían fijas.
—Bueno… —dijo Andrés—. Parece que el mundo exterior sigue insistiendo en interrumpir nuestra película romántica.
—Sí —dijo Camila, riendo—. Pero podemos continuarla más tarde.

El resto de la tarde pasó entre trabajo, risas y pequeños gestos de complicidad. Cada vez que uno miraba al otro, una sonrisa surgía, recordándoles que, incluso atrapados en la tormenta, habían encontrado algo mucho más cálido que la oficina: su conexión.



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En el texto hay: amor, odio, gracioso

Editado: 13.10.2025

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