Era sábado por la tarde, y Jimena había organizado una reunión en su departamento, invitando a todo el equipo de la oficina. La idea era simple: comida, música, juegos y, por supuesto, bromas.
Camila y Andrés llegaron juntos, cada uno con una bebida en la mano y la sensación de que algo podía salir mal… o muy bien.
—Esto será un desastre —susurró Camila mientras se acomodaba el cabello.
—O la mejor aventura de fin de semana —respondió Andrés, tomando su brazo con suavidad—. Depende de cómo lo veas.
La fiesta comenzó con juegos ridículos: carreras de sacos improvisadas, adivinanzas absurdas y un concurso de baile que rápidamente se convirtió en un torneo de risas incontrolables. Camila y Andrés terminaron siendo pareja por casualidad, obligados a coordinarse en pasos torpes y exagerados.
—¡Cuidado! —gritó Andrés mientras tropezaba con su propio pie—.
—¡Ay! —exclamó Camila, intentando sostenerlo—. Si caes, me caigo contigo.
Ambos terminaron en el suelo, riendo como niños, mientras los demás aplaudían y grababan el momento con sus teléfonos. La risa los unió, creando un momento de complicidad que ninguno de los dos olvidaría.
Después del caos inicial, se sentaron en el sofá, un poco recuperados y compartiendo una bebida.
—Sabes… —dijo Andrés, bajando la voz—, estas cosas ridículas son más divertidas contigo que con cualquier otra persona.
—Sí —respondió Camila, sonrojada—. Aunque no sé si debería admitirlo…
—Admitir qué? —preguntó él, acercándose un poco más.
Ella respiró profundo.
—Que me gustas… más de lo que debería.
Él sonrió, inclinándose hacia ella:
—Eso es bueno, porque yo siento lo mismo.
Y, entre risas nerviosas y el murmullo de la fiesta, se dieron su primer beso “oficial”, lento, torpe y lleno de complicidad.
Pero como no podía faltar el caos, un globo del techo explotó justo sobre ellos, empapándolos ligeramente con confeti. Ambos rieron, separándose un poco:
—Esto es… ridículo —dijo Andrés, quitándose un pedazo de papel del cabello—.
—Sí, pero perfecto —contestó Camila, riendo también—. Como nosotros.
El resto de la fiesta continuó con música, juegos y bromas. Cada vez que se miraban, sonreían, sabiendo que la guerra de la oficina había terminado y que su relación había comenzado oficialmente, entre risas, confeti y momentos inesperados.
Al final del día, mientras todos recogían y se despedían, Andrés tomó la mano de Camila una vez más.
—Prometamos que esto… lo nuestro… siempre tendrá un poco de caos.
—Prometido —respondió ella, con una sonrisa que iluminaba todo el departamento—. Y un poco de risas.