Era lunes por la mañana, y la oficina olía a café… pero no el aroma usual. Esta vez, don Ernesto había organizado un “Desafío del Café”, donde cada empleado debía preparar la bebida más creativa y deliciosa.
—El ganador recibirá un título honorífico y, por supuesto, café ilimitado durante toda la semana —dijo con solemnidad—. ¡Que comience la batalla!
Era lunes por la mañana, y la oficina olía a café… pero no el aroma usual. Esta vez, don Ernesto había organizado un “Desafío del Café”, donde cada empleado debía preparar la bebida más creativa y deliciosa.
—El ganador recibirá un título honorífico y, por supuesto, café ilimitado durante toda la semana —dijo con solemnidad—. ¡Que comience la batalla!
Todos miraron los ingredientes dispuestos: leche, cacao, canela, jarabes de sabores, crema batida… y algunos utensilios extraños que nadie sabía cómo usar.
Andrés miró a Camila con una sonrisa traviesa:
—Esto es perfecto para un poco de cooperación… o sabotaje.
—¿Sabotaje? —preguntó Camila, arqueando una ceja mientras sostenía un termo—. ¿No dejamos las guerras atrás?
—Esta es una guerra con estilo —dijo él, guiñándole un ojo.
La competencia comenzó y, como era de esperarse, el caos se desató rápidamente.
Tomás derramó leche sobre la mesa y casi sobre su camisa.
Claudia mezcló cacao con crema batida… y accidentalmente lanzó un chorrito sobre Jimena.
Andrés intentó crear un café “perfecto” y terminó con espuma por todas partes.
—¡Andrés! —gritó Camila, riéndose mientras trataba de limpiar—. Pareces un mago del café… que fracasa estrepitosamente.
—Exactamente —dijo él—. La perfección está sobrevalorada.
Mientras todos reían y competían, Camila y Andrés comenzaron a trabajar juntos con cuidado, mezclando ingredientes y midiendo con precisión exagerada. Cada paso estaba lleno de bromas y comentarios cómplices:
—¿Quieres que agregue un poco más de canela? —preguntó Andrés, acercándose peligrosamente.
—Sí… pero no tan cerca de tu camisa —respondió ella, riendo y esquivando un toque accidental.
Cada vez que sus manos se rozaban al medir o revolver, ambos sentían un pequeño cosquilleo. La tensión romántica se mezclaba con la risa, y el ambiente se volvía cada vez más divertido.
Finalmente, después de un caos que incluía espuma, chocolate derramado y un pequeño pájaro que había entrado volando por la ventana, Camila y Andrés lograron crear su café “perfecto”, decorado con un corazón de cacao en la espuma.
Don Ernesto se acercó, observando con una mezcla de sorpresa y aprobación.
—Hmph… esto es… interesante —dijo, olfateando la bebida—. Creativo y… comestible.
Jimena no pudo evitar comentar:
—¡Increíble! ¡Y miren cómo trabajan juntos! —mirando a Camila y Andrés—. Esto debería contarse como historia de amor en la oficina.
—¿Historia de amor? —preguntó Camila, sonrojada.
—Sí, historia de amor con sabor a café —respondió Andrés, guiñándole un ojo.
Al final, ambos compartieron un sorbo del café ganador mientras el resto de la oficina aplaudía.
—Ves —dijo Andrés, sosteniendo la taza con delicadeza—. Incluso en medio del caos, podemos crear algo perfecto juntos.
—Sí —contestó Camila—. Y delicioso.
Rieron, se miraron y, por un instante, el resto del mundo desapareció. Entre espuma, cacao y risas, había nacido un nuevo recuerdo cómico-romántico que ambos sabrían recordar para siempre.