El día transcurrió con normalidad, pero una sensación de extrañeza me acompañó en todo momento. Durante las clases apenas presté atención, perdido en mis pensamientos. El sueño de la noche anterior se sentía demasiado real. No podía dejar de pensar en ella.
No recordaba su nombre, pero su imagen estaba grabada en mi mente con una nitidez inquietante. No era como los rostros borrosos de los sueños comunes. La conocía y, al mismo tiempo, no. Mi yo adulto nunca la había visto, pero en ese momento, en ese sueño, se sintió como si hubiera sido parte de mi vida desde siempre.
Mientras caminaba hacia casa, la inquietud se transformó en necesidad. Tenía que entender lo que estaba pasando. Esa noche intentaría soñar de nuevo con el pasado.
Cené rápido, revisé el teléfono sin mucho interés y me acosté temprano. No sabía si era posible controlar los sueños, pero si había una forma de regresar, tenía que encontrarla.
El sueño llegó rápido. Cuando abrí los ojos, no estaba en mi habitación. La luz tenue del atardecer iluminaba una calle conocida, pero con un aire distinto. Más limpia, más tranquila. Miré a mi alrededor y sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Era el pasado otra vez.
Mis manos parecían más pequeñas, mi ropa diferente. Me acerqué a una ventana y observé mi reflejo. Tenía trece o catorce años. No era solo un sueño. Estaba allí.
Un ruido a mis espaldas me hizo girar. Y ahí estaba ella, con su sonrisa radiante y esa energía inconfundible. Mi corazón latió con fuerza.
—¡Ahí estás! —dijo con naturalidad, como si esperara verme.
Sentí un nudo en la garganta. ¿Quién era ella?
Esta vez, no dejaría pasar la oportunidad de averiguarlo.
Me acerqué con cautela, intentando procesar cada detalle. Su cabello se movía suavemente con la brisa, sus ojos brillaban con una calidez que despertó algo en mí, algo familiar. Sentí un impulso repentino, como si mi cuerpo reaccionara por instinto, como si estuviera recordando algo olvidado. Antes de pensarlo demasiado, extendí una mano y la tomé suavemente.
Ella no se sorprendió, no se apartó. Al contrario, entrelazó sus dedos con los míos como si fuera lo más natural del mundo. Mi corazón dio un vuelco. No entendía lo que pasaba, pero una parte de mí lo aceptaba sin cuestionarlo.
—Te ves distraído —dijo ella con una sonrisa juguetona—. ¿En qué piensas?
Mi mente estaba en un torbellino de emociones, pero logré responder.
—Solo… en lo feliz que pareces.
Ella rió suavemente, un sonido que me estremeció por dentro.
—Siempre soy feliz cuando estamos juntos —respondió sin titubear.
Su respuesta me dejó sin palabras. Algo en su voz, en su expresión, hizo que un eco de memorias lejanas revoloteara en mi mente. Imágenes fugaces, risas infantiles, promesas hechas bajo el cielo nocturno. No podía atraparlas del todo, pero estaban allí, latiendo en el borde de mi conciencia.
El impulso de acercarme fue más fuerte que mi duda. Sin pensarlo demasiado, la abracé. Fue un gesto puro, sin segundas intenciones. Solo la necesidad de sentir esa cercanía, de confirmar que ella era real. Mi yo adulto se sorprendió de lo natural que se sintió, de lo bien que encajábamos en ese momento.
Ella no dijo nada, simplemente correspondió el abrazo con la misma calidez. Era un refugio, un ancla en medio de mi confusión. Cerré los ojos y, por un instante, me permití olvidar la incertidumbre.
Porque en ese momento, en ese sueño, nada más importaba.
Permanecimos así por unos segundos que se sintieron eternos. Luego, ella se apartó suavemente y me miró con dulzura.
—Vamos, tengo algo que mostrarte —dijo, tomándome de la mano y guiándome por la calle.
Caminamos juntos mientras el sol descendía lentamente en el horizonte. A medida que avanzábamos, la sensación de familiaridad crecía dentro de mí. Reconocía algunas casas, algunos rincones, pero lo más extraño era que recordaba la sensación de haber estado allí antes, aunque mi mente adulta me decía que eso era imposible.
—¿A dónde vamos? —pregunté, incapaz de ocultar mi curiosidad.
—A nuestro lugar —respondió ella con una sonrisa enigmática.
La forma en que lo dijo, la seguridad en su voz, hizo que mi pecho se apretara levemente. Algo dentro de mí sabía que lo que estaba a punto de descubrir cambiaría todo.