Esa noche, cuando volví a cerrar los ojos, esperaba despertar en mi habitación, en mi presente. Pero en cuanto sentí la brisa nocturna sobre mi piel y el crujido de las hojas bajo mis pies, supe que seguía allí.
El parque.
El mismo lugar donde había estado antes, solo que ahora el cielo era un manto estrellado y las luces de las farolas titilaban suavemente. Giré la cabeza buscando a la chica, pero no estaba. Por un instante, la incertidumbre me golpeó. ¿Acaso me había quedado atrapado? ¿O era que podía moverme con más libertad dentro de este sueño?
Si esto es un sueño… ¿puedo controlarlo?
Caminé sin rumbo, tratando de ordenar mis pensamientos. Hasta ahora, todo había seguido una lógica que escapaba de mi comprensión. No era solo revivir recuerdos, tampoco era simplemente observar el pasado. Lo estaba viviendo. Y si lo estaba viviendo, eso significaba que podía actuar.
Respiré hondo y me enfoqué en algo sencillo: un cambio mínimo, una prueba. Saqué una moneda del bolsillo y la arrojé junto a un banco. Si todo esto era una simulación de mi memoria, la moneda no estaría allí cuando volviera a este mismo punto en otro momento.
Pero si realmente estaba cambiando el pasado… entonces esa moneda permanecería.
—¿Qué haces? —la voz de la chica me sacó de mi experimento mental.
Me giré y la vi de pie a pocos metros, con los brazos cruzados y una expresión de curiosidad. Había aparecido sin que me diera cuenta. O quizás siempre había estado ahí, observándome.
—Intento entender qué está pasando —admití.
Ella inclinó la cabeza, como si analizara mis palabras. Luego, con un paso ligero, se acercó y se sentó en el banco.
—¿Y qué has descubierto? —preguntó.
Me quedé en silencio por un momento. No podía decirle la verdad. Ni siquiera estaba seguro de cuál era esa verdad.
—Que los sueños pueden sentirse demasiado reales —dije finalmente.
Ella soltó una risita.
—Siempre eres así. Tardas en aceptar lo que tienes delante —respondió con un tono juguetón.
Fruncí el ceño.
—¿Siempre? —repetí. —¿Nos conocemos desde hace mucho?
La chica no respondió de inmediato. En lugar de eso, se puso de pie y se giró para mirarme de frente. La brisa nocturna agitó su cabello, y por un instante, vi en sus ojos un brillo melancólico.
—Eso depende de ti —susurró. —Pero lo importante no es cuánto tiempo me recuerdes, sino lo que decides hacer con lo que tienes ahora.
Su respuesta solo me dejó con más preguntas. Si esto realmente era mi pasado… ¿qué papel jugaba ella en todo esto?
Apreté los puños. No podía seguir avanzando a ciegas. Necesitaba reglas, pautas, algo que me permitiera entender los límites de lo que estaba viviendo.
—Si cambio algo aquí… —hice una pausa—, ¿puedo afectar mi futuro?
Ella me miró con atención, como si evaluara si debía responderme o no.
—¿Por qué lo preguntas? —replicó.
—Porque creo que ya ha pasado —dije. —Y si es así… quiero saber qué puedo y qué no puedo hacer.
Hubo un breve silencio entre ambos, roto solo por el sonido lejano de los grillos.
—El pasado es frágil —dijo finalmente. —Como un lago en calma… una sola piedra puede crear ondas que cambian toda su superficie. Pero incluso si lanzas muchas piedras, el lago seguirá siendo el mismo. Solo se verá diferente por un tiempo.
Su metáfora me dejó pensando. No estaba diciendo que el pasado fuera inmutable… pero tampoco que los cambios lo destruyeran por completo.
Si afectaba mi pasado, mi presente cambiaría… pero la esencia de mi vida seguiría allí, ¿no?
Inspiré profundamente. Si esto era cierto, entonces tenía un nuevo objetivo: experimentar. Descubrir hasta qué punto podía alterar las cosas sin perder lo que más me importaba.
Y había algo en particular que quería comprobar.
Miré a la chica. Aún no sabía quién era realmente, ni por qué me recordaba tanto. Pero una cosa era segura: cada vez que despertaba aquí, ella estaba a mi lado.
Tal vez, si descubría su historia, también entendería mejor la mía.
—Quiero seguir explorando —dije, con una nueva determinación en la voz.
Ella sonrió, como si hubiera estado esperando que dijera eso.
—Entonces, sigamos adelante.
El sueño continuó en los días siguientes. No era un evento aislado ni una simple ilusión pasajera. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a ese pasado lejano que, hasta ahora, creía inmutable. Y con cada visita, la sensación de familiaridad con ella crecía, así como mi inquietud por lo que significaba todo esto.
Había algo extraño en la forma en que los recuerdos se entrelazaban con mi presente. Aún no entendía las reglas de este fenómeno, pero lo que sí sabía era que los cambios dentro del sueño no eran meras fantasías: dejaban huellas en la realidad.
Tenía que experimentar.
La siguiente vez que desperté en mi infancia, decidí poner a prueba lo que estaba ocurriendo. El parque seguía igual que siempre, y ella estaba ahí, sonriendo como si nada fuera anormal.
—Hoy estás más callado —dijo ella, ladeando la cabeza—. ¿En qué piensas?
En que este mundo puede no ser solo un sueño.
Pero no podía decirle eso. No aún.
—Solo... en que quiero probar algo —respondí, eligiendo mis palabras con cuidado.
Ella me miró con curiosidad.
Lo primero que hice fue algo simple: cambiar mi ruta de regreso a casa. En vez de ir por el camino de siempre, giré en una calle diferente. Al despertar, revisé mis recuerdos. El cambio estaba ahí. No era drástico, pero en mi mente, mi camino de regreso a casa en la infancia ahora tenía un desvío. Algo tan insignificante, pero real.
Con el tiempo, intenté más cosas. Decir frases distintas en conversaciones clave, evitar ciertas acciones que recordaba haber hecho... y cada vez que despertaba, encontraba modificaciones en mi memoria del presente. Era como si estuviera reescribiendo mi propia historia.