La sensación del viento aún estaba en su piel.
Ethan no supo en qué momento volvió al sueño. Un instante estaba acostado en su cama, con el corazón latiéndole en el pecho, y al siguiente, el mundo a su alrededor había cambiado.
Pero esta vez, no estaba en la azotea.
Abrió los ojos y se encontró en un pasillo largo y silencioso, iluminado por una tenue luz anaranjada. El suelo reflejaba su silueta y las puertas a ambos lados parecían iguales, inmutables.
Era el colegio.
O al menos, parecía serlo.
Ethan miró alrededor con cautela. Algo estaba mal.
Las luces parpadeaban de vez en cuando. No había sonidos de estudiantes ni de profesores. Solo el eco de sus propios pasos resonando en la inmensidad del pasillo.
"¿Por qué estoy aquí?"
Tomó aire y empezó a caminar. Esta vez, no dejaría que el sueño lo controlara.
Había venido a buscarla.
No tuvo que avanzar demasiado antes de verla.
Iria estaba de pie al final del pasillo, con su cabello liso cayendo sobre sus hombros y la mirada tranquila de siempre.
A pesar de todo, a pesar de lo extraño de la situación, verla allí hizo que una sensación cálida lo envolviera.
Como si, por un instante, todo estuviera en su lugar.
Ella lo miró y sonrió suavemente.
—Tardaste más de lo que esperaba.
Ethan se detuvo. Su mente aún estaba procesando lo que había ocurrido en la realidad, las fotos cambiadas, las palabras de su padre, el mensaje sin remitente.
Pero ahora que estaba frente a ella, nada de eso importaba más que una sola pregunta.
—Antes de que pase cualquier otra cosa… dime tu nombre.
Iria parpadeó, sorprendida por su tono firme.
—¿Mi nombre?
—Sí.
Ethan sostuvo su mirada, sintiendo su pulso acelerarse.
Ella inclinó levemente la cabeza, como si la pregunta le pareciera extraña, pero no tardó en responder.
—Iria.
El sonido de su voz pronunció el nombre con una naturalidad que lo golpeó como un trueno.
"Iria…"
Apenas lo escuchó, algo se rompió en su interior.
Su mente se nubló. Un calor familiar le recorrió el pecho.
Su visión se distorsionó por un segundo y, sin previo aviso, un recuerdo lo atravesó como una corriente eléctrica.
Era un parque.
El sol brillaba intensamente, y podía escuchar risas.
Estaba corriendo. Sus pies apenas tocaban el suelo.
Pero no estaba solo.
Una pequeña mano estaba aferrada a la suya. Iria.
Él no podía verla claramente, pero sentía su presencia, su risa, su calidez.
Había emoción en el aire, como si estuvieran escapando juntos de algo. Como si ese momento fuera el más importante del mundo.
—¡Ethan, más rápido! —la voz de Iria sonó nítida en su cabeza.
Ethan jadeó. El recuerdo era real.
La sensación era tan intensa, tan vívida, que su cuerpo entero reaccionó.
"¿Por qué… por qué lo olvidé?"
Ethan abrió los ojos con un jadeo, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.
Estaba otra vez en el pasillo, con Iria de pie frente a él.
Ella lo observaba en silencio, como si hubiera notado su agitación.
—¿Ethan?
Su voz lo sacó de su trance. Se llevó una mano a la cabeza, tratando de controlar su respiración.
—Yo… —Tragó saliva—. Nos conocemos desde antes, ¿verdad?
Iria no respondió de inmediato. Lo miró con esa misma expresión serena, pero esta vez había algo más en su mirada.
Algo profundo.
Algo inevitable.
—Siempre terminas encontrándome —dijo con una sonrisa suave.
Ethan sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
"Siempre… ¿cuántas veces ha pasado esto?"
Abrió la boca para preguntarle más, pero entonces, algo cambió en el ambiente.
El pasillo, que hasta ahora había estado en completo silencio, emitió un sonido bajo, vibrante, como si el aire se estremeciera.
Iria frunció el ceño.
Por primera vez desde que la conoció, pareció confundida.
Ethan también lo sintió.
Una sensación extraña lo envolvió, como si el mundo estuviera distorsionándose alrededor de ellos.
Las luces en el pasillo parpadearon violentamente.
El aire se volvió pesado.
Ethan sintió la necesidad de mirar detrás de él, pero algo le dijo que no lo hiciera.
Algo estaba allí.
No podía verlo.
Pero podía sentirlo.
Un escalofrío subió por su espalda, un instinto primitivo de alerta que le decía que algo estaba fuera de lugar en este sueño.
Volvió la vista a Iria, esperando que ella tuviera respuestas.
Pero lo que vio lo dejó sin palabras.
Iria había bajado ligeramente la mirada y, por primera vez desde que la conoció, parecía perdida en su propia mente.
Su respiración se volvió más profunda.
Llevó una mano a su cabeza.
Y en un susurro casi inaudible, murmuró:
—Extraño… me siento… rara.
El estómago de Ethan se revolvió.
—Iria… —dio un paso hacia ella.
Pero en ese momento, todo el mundo se quebró.
Las luces explotaron en un destello blanco.
El sonido vibrante se convirtió en un rugido ensordecedor.
Y en un abrir y cerrar de ojos, Ethan fue tragado por la oscuridad.