En busca de respuestas, decidí visitar a un ser antiguo: Nareth, el Mago de los Umbrales, uno de los pocos que ha caminado entre realidades sin ser desgarrado por ellas. Nadie lo ha visto en siglos. Vive donde termina el bosque y comienza el olvido.
El viaje fue largo, y el mundo parecía cada vez más ajeno. Flores que hablaban lenguas desconocidas, sombras que tenían recuerdos... el desequilibrio era real.
Finalmente lo encontré: un anciano cubierto por túnicas que parecían estar tejidas con mapas de estrellas. Me observó como si ya supiera por qué había ido.
—¿Cuánto has soñado con él? —me preguntó.
—Cada noche desde que se fue.
Nareth asintió lentamente.
—Entonces ya ha comenzado. Estás marcada. Y lo estás marcando a él también.
Me mostró un espejo de agua negra. Al tocarlo, vi nuestros sueños… y algo más. Un punto de convergencia, un instante en el futuro donde nuestras almas arderían tanto, que podría romper —o unir— los mundos.
—Tienes dos caminos —dijo Nareth—: seguir soñando hasta que ambos se desvanezcan como humo... o buscar el Nexus, el lugar donde los sueños pueden volverse reales.