La ciudad estaba envuelta en una bruma suave, como si el mundo hubiera decidido hablar en susurros.
Era uno de esos días donde el tiempo parecía caminar lento, como si esperara que algo importante sucediera.
Elira salió temprano.
Tenía que entregar un ensayo en la universidad, pero más que eso, necesitaba caminar.
Sentía que algo la llamaba.
No sabía qué.
No sabía quién.
Solo sabía que no podía quedarse encerrada.
Lucian también salió.
No por obligación, sino por impulso.
Había tenido un sueño extraño.
Ella estaba allí.
No hablaba.
Solo lo miraba.
Y él despertó con el nombre “Elira” en la punta de la lengua, sin saber por qué.
Ambos caminaron por calles distintas, pero el destino tiene sus propios mapas.
Y en una esquina cualquiera, bajo un cielo gris, se cruzaron.
No se miraron directamente.
No se hablaron.
Pero algo pasó.
Elira sintió un escalofrío.
Como si el aire se hubiera vuelto más denso por un segundo.
Giró la cabeza, y vio una silueta masculina alejándose.
No lo reconoció.
Pero su corazón sí.
Lucian sintió que alguien lo observaba.
Volteó apenas.
Vio una figura femenina con una mochila negra y una bufanda azul.
No la reconoció.
Pero su alma sí.
Ambos siguieron caminando.
Como si nada.
Como si todo.
Horas después, en sus respectivas casas, el silencio volvió a hablar.
Elira se sentó en su cama, con la libreta abierta.
No podía concentrarse.
La imagen de aquel chico en la calle no se iba.
No era su rostro lo que recordaba.
Era su energía.
La misma que sentía en sus sueños.
Lucian se tumbó en el sofá, con los ojos cerrados.
La chica de la bufanda azul aparecía en su mente como un eco.
No era su cuerpo lo que lo inquietaba.
Era la sensación de haberla visto antes.
De haberla sentido antes.
Ambos escribieron esa noche.
Elira:
“Hoy vi a alguien. No sé quién era. Pero algo en mí se detuvo.
¿Puede el alma reconocer una silueta antes que un rostro?”
Lucian:
“Hoy sentí algo. No sé qué fue. Pero me hizo dudar de todo.
¿Puede el corazón recordar a alguien que nunca ha visto?”
Y mientras la ciudad dormía, sus sueños volvieron a encontrarse.
Esta vez, no en palabras.
Sino en miradas.
En gestos.
En una calle que no era calle, sino cruce de mundos.
Ella lo vio.
Él la vio.
Y aunque no dijeron nada, el silencio lo dijo todo.