Elira no solía creer en coincidencias.
Desde pequeña, había sentido que el mundo hablaba en símbolos.
Por eso, su bufanda azul no era solo una prenda.
Era un amuleto.
La había recibido de su abuela cuando tenía siete años, en una noche de tormenta.
—Para que nunca te pierdas —le había dicho, envolviéndola con ternura.
Desde entonces, Elira la usaba en los días importantes, en los días inciertos, en los días donde necesitaba recordar quién era.
Y ese día, después de cruzarse con aquel chico en la calle, la bufanda se convirtió en algo más.
Una pista.
No sabía por qué, pero sentía que él la había visto.
No su rostro.
No su cuerpo.
La bufanda.
Así que empezó a investigar.
No en redes sociales, ni en buscadores.
Sino en los lugares donde el alma deja huellas.
Volvió a la esquina donde lo había visto.
Se sentó en una banca cercana, con su libreta en mano.
Observó.
Escuchó.
Escribió.
“Si el destino tiene memoria, quizás esta calle la conserve.”
Mientras tanto, Lucian también se inquietaba.
La imagen de la chica con la bufanda azul no lo dejaba en paz.
No era una obsesión.
Era una revelación incompleta.
Decidió volver a la misma calle.
No sabía por qué.
Solo sabía que tenía que hacerlo.
Al llegar, se detuvo frente a una librería pequeña.
En el escaparate, había un libro con una portada azul y una frase que lo estremeció:
“Algunas almas se reconocen antes de verse.”
Entró.
No compró el libro.
Solo lo sostuvo unos minutos.
Como si al tocarlo, pudiera entender algo que aún no se decía.
Esa noche, ambos escribieron.
Elira:
“Volví a la esquina. Sentí algo. No sé si fue él.
Pero el aire me habló.
Y mi bufanda se movió como si saludara a alguien.”
Lucian:
“Vi un libro. Azul. Como su bufanda.
La frase me hizo temblar.
¿Y si no fue casualidad?”
Los días siguientes, ambos siguieron buscando.
Elira comenzó a dibujar la silueta que recordaba.
No era precisa.
Pero tenía algo: la postura, la energía, el aura.
Lucian empezó a escribir sueños con más detalle.
Describía el bosque, el cielo, la forma en que ella lo miraba.
Y en uno de esos sueños, ella llevaba la bufanda azul.
“¿Cómo puedo soñar con algo que vi en la realidad después?”
Se preguntó, con el corazón latiendo fuerte.
Ambos empezaban a conectar los puntos.
No sabían cómo.
No sabían por qué.
Pero el universo parecía dejar migajas.
Una tarde, Elira entró a una cafetería.
Se sentó junto a la ventana, con su bufanda azul y su libreta.
Escribía sobre sueños, sobre señales, sobre él.
Lucian pasó por la misma calle.
Miró hacia la ventana.
Vio una silueta.
Una bufanda azul.
No entró.
No se detuvo.
Pero algo dentro de él se quebró y se reconstruyó al mismo tiempo.
Esa noche, ambos soñaron con el mismo lugar.
Una biblioteca antigua.
Una mesa de madera.
Dos velas encendidas.
Y una frase escrita en el aire:
“Cuando el alma está lista, el encuentro no se puede evitar.”