Los meses pasaron como hojas que caen lento.
No hubo encuentros.
No hubo palabras habladas.
Pero hubo cartas.
Pequeñas notas escondidas en libros, entre páginas de revistas, en rincones de la librería que ambos frecuentaban.
A veces eran solo palabras: “resiliencia”, “ritual”, “memoria”.
Otras veces, frases que parecían versos de un poema compartido:
“Tu forma de mirar el mundo me hace querer entenderlo.”
“Hay algo en ti que transforma el miedo en belleza.”
“No sé tu voz, pero conozco tu alma.”
Elira respondía con igual intensidad.
Sus palabras eran suaves, pero firmes.
Como quien ha aprendido a hablar desde el corazón sin pedir permiso.
“No sé tu rostro, pero reconozco tu presencia.”
“Cada carta tuya es un espejo que no me asusta.”
“Gracias por leerme sin interrumpirme.”
Así, sin verse, sin tocarse, se fueron conociendo.
Lucian supo que Elira tenía una abuela que le enseñó a leer símbolos.
Que usaba su bufanda azul como protección.
Que estudiaba algo que mezclaba horror, cultura y escritura.
Elira supo que Lucian escribía sueños como si fueran mapas.
Que creía en presagios.
Que había perdido a alguien importante, y por eso entendía el silencio.
Y llegó el día.
Elira se graduaba.
Después de años de estudio, de rituales personales, de enfrentarse a sus propios miedos, había terminado su carrera en Estudios Culturales y Narrativas del Miedo.
Su tesis se titulaba:
“El lenguaje del terror como espejo emocional: entre el mito, el trauma y la redención.”
La ceremonia era pequeña, íntima.
Ella llevaba su bufanda azul.
No por superstición.
Por gratitud.
Al final del evento, mientras recibía abrazos y flores, alguien le entregó un sobre.
No tenía nombre.
Solo una palabra escrita con tinta negra:
“Felicidad.”
Elira lo abrió con manos temblorosas.
Dentro, una carta escrita con la misma letra que había leído durante meses.
---
Elira;
No sé cómo se felicita a alguien que ha recorrido un camino tan profundo.
No sé si las palabras alcanzan.
Pero quiero intentarlo.
Hoy te gradúas.
Y aunque no hemos hablado cara a cara, he leído tu alma en cada nota que dejaste.
He aprendido de ti.
De tu forma de mirar el miedo sin rendirte.
De tu capacidad de convertir lo oscuro en luz.
Tu bufanda azul ha sido mi brújula.
Tus palabras, mi refugio.
Estudiaste lo que muchos temen: el terror, el trauma, el mito.
Y lo hiciste con elegancia, con coraje, con belleza.
Hoy no solo celebras un título.
Celebras tu forma única de existir.
Gracias por dejarme leerte.
Gracias por responder.
Si algún día quieres que nuestras palabras se conviertan en voz, estaré esperando.
No con prisa.
Con respeto.
Feliz graduación, Elira.
Tu historia apenas comienza.
—Lucian
---
Elira leyó la carta varias veces.
No lloró.
Sonrió.
Como quien recibe una señal que confirma todo lo que intuía.
Guardó la carta en su libreta de rituales.
Y escribió una respuesta que no dejó en ningún libro.
La guardó para entregarla en persona.
“Estoy lista para escucharte.”