Valeria se acomodó en su escritorio, estratégicamente ubicado en el corazón del espacio de trabajo. A su lado, estaba Lucas, un diseñador gráfico con un humor que cortaba como un bisturí y un gusto impecable para la música que se escuchaba en sus audífonos. En la otra esquina, estaba Sofía, una estratega de marketing que hablaba por teléfono con la pasión de una actriz en un escenario.
"¡La nueva!", exclamó Lucas, quitándose un audífono. "Soy Lucas. Bienvenido al infierno corporativo. ¿Tienes café?"
Valeria se rio y le estrechó la mano. Sofía la saludó con un gesto y una sonrisa, e inmediatamente volvió a su llamada.
Con el paso de los días, Valeria descubrió que la oficina era un universo de historias no contadas. Lucas, a pesar de su sarcasmo, era un artista talentoso que soñaba con abrir su propia galería. Sofía, la más extrovertida, era una madre soltera que trabajaba hasta tarde para pasar más tiempo con su hija. Los rumores, que al principio le parecieron chismosos, resultaron ser una forma de entender a sus colegas. Escuchó historias de romances de oficina que terminaron mal, de proyectos que casi arruinan carreras y de secretos guardados bajo llave. Se dio cuenta de que, debajo de la capa profesional, todos eran seres humanos con sus propios dramas y sueños.
Una tarde, mientras tomaba café con Lucas, él la miró con una ceja arqueada. "¿Y qué te pareció Damián? El jefe." Valeria se encogió de hombros. "Parece agradable." Lucas le guiñó un ojo. "Ten cuidado. El jefe es un misterio. Es como un fantasma con traje de Armani. Nadie sabe realmente lo que piensa o quién es." Esta conversación dejó a Valeria con una nueva intriga: ¿quién era Damián en realidad, más allá del director carismático?