Entre teclas y Café

Cap. 11: La caída del muro

El regreso de Boston fue tan frío como la cubierta de un iceberg. Damián y Valeria no cruzaron una sola palabra personal durante el vuelo ni en el taxi de vuelta a la agencia. La orden de Damián fue clara: profesionalismo absoluto.

​Al entrar a la Agencia Creativa, sintieron que el aire era denso y cargado de electricidad estática. Los susurros eran más fuertes, las miradas, más directas. El éxito de la presentación de Lira en Boston se había visto opacado por la historia de su viaje íntimo y los rumores sobre la naturaleza de su relación.

​Valeria intentó sumergirse en su trabajo, pero la tensión la quemaba. Vio a Damián entrar en la oficina de la CEO, el rostro inexpresivo, portando una carpeta delgada que parecía contener su destino. Pasaron horas.

​A mediodía, Lucas se acercó a su cubículo, con un café en la mano y la expresión tensa.

​"Valeria, esto es un desastre," susurró, bajando el volumen de su voz hasta casi un murmullo. "El equipo de John, el rival de Damián, ha estado moviendo piezas toda la mañana. Están filtrando que el contrato de Lira se cerró por 'acuerdos personales' y no por mérito. La junta directiva está furiosa por la publicidad negativa."

​"Pero la presentación fue perfecta. Tenemos los datos, Lucas," replicó Valeria, sintiendo un nudo en el estómago.

​"No se trata de los datos, Valeria. Se trata de la percepción. Damián es demasiado bueno. Su éxito genera enemigos, y tu presencia... es la munición perfecta," explicó Lucas con una honestidad brutal. Se encogió de hombros. "Escucha, si te preguntan algo, mantente al margen. No admitas nada que pueda complicarlo."

​La paranoia se apoderó de la oficina. Cada llamada telefónica, cada puerta cerrada, se sentía como una conspiración. Valeria intentó enviarle un mensaje de texto a Damián, algo simple, de apoyo, pero borró el texto antes de enviarlo, recordando su orden de mantenerse al margen.

​Finalmente, a mitad de la tarde, la puerta de la CEO se abrió. Damián salió, no con la cara de un hombre derrotado, sino de alguien que acababa de aceptar una verdad dolorosa. Sus ojos se encontraron con los de Valeria por un segundo, y ella vio una mezcla de furia controlada y una disculpa tácita.

​Damián se dirigió directamente a la sala de juntas, donde lo esperaban tres miembros de la directiva. La puerta se cerró con un eco sordo.

​Valeria no pudo concentrarse más. Se dirigió a la terraza, el único lugar donde podía respirar. Minutos después, escuchó pasos detrás de ella. Era Sofía, el rostro pálido.

​"Valeria, tienes que saberlo," dijo Sofía, con la voz entrecortada. "Lo acabo de escuchar... Le han dado una 'licencia administrativa' indefinida. En otras palabras, lo suspendieron."

​El aire salió de los pulmones de Valeria. La suspensión era el arma más afilada que la junta podía usar, una forma de sacarlo de la ecuación sin despedirlo de inmediato.

​"¿Por qué? ¿Por los rumores?" preguntó Valeria, sintiendo que la culpa la aplastaba.

​"Dijeron que era por 'falta de discreción y comportamiento que pone en riesgo la integridad de la agencia'," respondió Sofía, bajando la mirada. "Pero todos sabemos la verdad. Esto es político. Y fue por lo de Boston."

​Valeria regresó a su escritorio, donde encontró una pequeña nota doblada con pulcritud. Era la letra de Damián.

Valeria:

Te lo dije. No es tu culpa, es la mía por creer que podía controlar algo que es más grande que ambos. Por favor, sé profesional y no te involucres. No dejes que te hundan. Lo siento.

​La nota era una barrera final, un acto de auto-sacrificio para protegerla. Pero en lugar de sentirse a salvo, Valeria se sintió abandonada y, peor aún, subestimada. Él estaba dispuesto a sacrificarse, pero no a luchar con ella.

​Valeria se levantó, sintiendo una furia helada. Caminó directamente a la oficina de Damián, ahora vacía y silenciosa, un monumento a la caída. Su portatil estaba cerrado sobre el escritorio de ébano.

​De repente, una idea clara y brillante la golpeó. Si iban a castigarlo por su "comportamiento indiscreto" y no por su talento, entonces la única manera de honrar el éxito de Boston era luchar con su propio éxito.

​Valeria regresó a su cubículo, borró el mensaje de texto de apoyo que no había enviado y, en su lugar, abrió un nuevo documento. No era un correo electrónico a la junta directiva ni una renuncia. Era un documento de análisis financiero. Empezó a trazar una estrategia: no para la Agencia Creativa, sino para una nueva empresa. Una donde la ambición y la pasión no fueran castigadas, y donde ella y Damián fueran socios. El miedo se desvaneció, reemplazado por la determinación. La caída del muro de Damián no la había derrumbado a ella; la había liberado. El juego acababa de cambiar.




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