Nos cruzamos entre pasillos de escuela,
donde la risa era tímida
y el amor apenas un rumor.
Sus ojos buscaban los míos,
y sin saber por qué,
mi alma se quedaba quieta cuando lo veía.
Tomábamos las manos
como quien sostiene un secreto,
como si el simple roce bastara
para entendernos sin palabras.
Sus dulces sabían a promesas,
sus mensajes, a refugio,
y aquel anillo…
a un pedacito de eternidad que me regalo.
Lo perdí,
como se pierde lo que uno no sabe cuidar,
como se escapa un suspiro entre lágrimas.
Y desde entonces,
cada vez que alguien me ofrece algo,
siento miedo —
miedo de volver a perder,
miedo de volver a sentir.
Porque con el no solo se fue un anillo,
se fue la niña que creía
que el amor era tan sencillo
como tomarse de las manos en el recreo.