un recuerdo dulce aún suspira allá.
Nos miramos, tímidos, sin razón,
y el alma aprendió su primera lección.
Sus dulces y risas, promesas calladas,
eran mi calma, mis madrugadas.
Entre sus manos hallé mi abrigo,
sin ser nada, ya eras mi destino.
Un anillo dorado me dio un día,
pequeño tesoro, pura poesía.
Lo perdí —y el algo más—,
pues desde entonces no hay vuelta atrás.
La luna observa mi pena fiel,
testigo muda de aquel papel.
El viento murmura su voz lejana,
y en mi pecho aún arde su llama.
Temo ahora a los regalos, al querer,
porque perder duele más que no tener.
Mas guardo en el alma, sin redención,
tu amor, mi herida, mi bendición.