Entre tu Corazón y el Mío Libro 2

Capítulo 20. Dejar ir

02 de septiembre de 2002

Deja de llorar.

Ya basta.

Deja de llorar.

Contrólate.

Deja de llorar.

Eres fuerte.

Deja de llorar, deja de llorar, deja de llorar… ¡Deja de llorar!

¿Por qué el Supremo no nos creó con un interruptor que nos permita apagar nuestra mente y así poder dejar de pensar? Si sigo así me voy a volver loco. Ya no soporto estar de esta manera, no soporto llorar y lamentarme todos los días. Quiero que todo vuelva a la normalidad.

Deja de pensar.

Tus padres están sufriendo allá abajo.

Deja de pensar.

Todo es tu culpa.

Deja de pensar.

Ana, Ana, Ana… Piensa en Ana.

Ya le falle y aun no nace. ¿Cómo voy a hacer su ángel guardián si tengo la cabeza echa un lío? ¿Cómo la cuidare si no puedo estar concentrado? ¿Cómo la protegeré si lo único que hago es llorar?

Los ángeles si sufrimos, ¿por qué en la Tierra nos engañan diciendo que aquí todo es felicidad y risas?

Llevo ocho horas flotando en la Laguna de las Estrellas, si no fuera un ángel mi piel ya estaría toda arrugada como una pasa. Este lugar ha sido mi refugio estos últimos días. Entro a la laguna y me quedo flotando por horas. Veo como cambian los colores del cielo, como las estrellas aparecen y desaparecen. Cuando llueve por alguna razón me hace sentir tranquilo, suelo pensar que el cielo está llorando junto a mí.

Estar aquí hace que pierda la noción del tiempo, apenas esta mañana me di cuenta que ya faltan tres días para que nazca Ana. Que rápido se pasa el tiempo.

Me quedo cinco minutos más y salgo del agua. Me quito la camiseta para escurrirle toda el agua, me la vuelvo a poner mientras intento ponerme los tenis. Otra de las ventajas de ser ángel es que no tienes que preocuparte por si te vas a enfermar después de haber pasado horas adentro del agua o si te mojas por la lluvia. Los ángeles solo nos enfermamos del corazón y eso se debe a muchas razones.

Me despido del colorido cielo, de las estrellas y de la laguna, les prometo regresar mañana.

Camino por toda la Terminal como suelo hacer todos los días. Siempre camino con las manos adentro de las bolsas de mi pantalón y con la mirada abajo. Ya me da igual si los ángeles me golpean con sus alas, al igual que me da igual cuando me vayan a salir mis alas; con mi tristeza eso es lo último que me preocupa.

Al llegar a mi habitación me tumbo en la cama y abrazo la suave almohada de nube. Suelo quedarme así hasta que amanece, no puedo ver la televisión porque Cristopher se la llevo para que dejara de “auto-torturarme”. Me consiguió muchos libros, casetes y discos de vinilo, pero no me apetece leer y mucho menos escuchar música.

A veces suelo dormir a pesar de que los ángeles no tienen necesidad de hacerlo. Me gusta dormir porque es el único momento donde mi mente se apaga y dejo de pensar.

Me volteo hacia la pared para no tener que ver los portaretratos, hundo la cabeza en la almohada y cierro los ojos. Esta vez no pienso dormir, quiero tratar de imaginar como lo hacía de pequeño. Era alguien que se la vivía imaginando, en mi cabeza solía crear muchos mundos y siempre se los contaba a Martín y a la abuela.

Recuerdo el mundo “Goma de mascar”. Como lo dice su nombre es un mundo donde todo está construido de goma de mascar e incluso las personas visten con ropa de ese mismo material. También hay otro mundo llamado “Patitas peludas”, donde los perros hablan y básicamente son los dueños del mundo, un perro chihuahua es el Supremo y el que da las ordenes.

En mis mundos las personas son felices, no tienen preocupaciones y el pastel de chocolate es la comida favorita de todos. Amo el pastel de chocolate.

Me asusto al sentir que me acarician el cabello. Abro los ojos y me incorporo en la cama. Es mi abuela, no escuche cuando entro a la habitación.

─Perdón, no quería asustarte. Pensé que estabas dormido ─me sonríe.

─No, no. Solo estaba recordando un poco sobre los mundos locos que solía crear, ¿los recuerdas?

─Recuerdo cada uno de ellos. Mis favoritos siempre fueron el del algodón de azúcar y el mundo del futuro ─sonrió por primera vez en días─. Extrañaba ver esa sonrisa.

La sonrisa se me desaparece, me toma una mano y con la otra acaricia mi mejilla. En sus ojos sigue estando ese brillo que la caracteriza. Siempre he dicho que la abuela es un alma de luz, ella es el ángel más puro de todo el Cielo.

─Alonso, perdón que te lo diga, pero no puedes seguir así. Me parte el corazón verte en este estado tan deprimente. No puedes seguir haciéndote esto, tienes que dejar ir toda esa culpa que sientes. Tu alma comienza a perder su brillo, muy pronto te convertirás en un ángel triste. ¿Dónde quedo mi estrella brillante que siempre sonríe, que se la pasa riendo e imaginando?

─Ay abuela… esa estrella se apagó hace mucho y no tengo idea de cómo volver a encenderla ─parpadeo al sentir que los ojos se me llenan de lágrimas. No hay segundo que no me den ganas de llorar─. Abuela… te juro que ya no sé qué hacer. Siento que… me he vuelto loco. Quiero dejar de llorar y de sentir dolor. Quiero ser el mismo que era antes. Abuela… me he perdido.




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