Entre tu Corazón y el Mío Libro 2

Capítulo 25. Sin alas

20 de octubre de 2019

Martín me invito a visitar a los ángeles inventores, como es mi día libre y no tengo otra cosa que hacer: acepte ir. El lugar de trabajo es un reportorio de puras cosas locas y muy peligrosas. No hay ángel que no esté trabajando, algunos hacen pruebas de sus inventos, mientras que otros intentan apagar el fuego que ha provocado esos experimentos.

─¡Martín! ¡Alonso! ─nos llama Edwin, uno de nuestros amigos inventores.

Vamos con él, quien tiene un prototipo raro de un molde de unas alas. Es la primera vez que veo algo así, todos estos ángeles tienen una creatividad impresionante para inventar cosas nunca antes vistas.

─¿Con qué proyecto estas trabajando? ─le pregunta Martín.

─¡Es un protector de alas! Lo puedes usar para que no se te manchen, no se te caigan las plumas o para lucir algo diferente. Tiene integrado un sistema que permite que las alas cambien de color. ¿Quieren probarlo?

Martín y yo nos volteamos a ver, con las cejas nos hacemos señas para que alguno de los dos responda.

─Alonso quiere ─dice Martín, apuntándome con su dedo índice.

─¡Maravilloso!

Edwin es una buena persona, es muy divertida y amable. Tristemente la mayoría lo conoce por sus inventos fallidos, es el inventor que más incendios y accidentes ha ocasionado en toda la Terminal. No quiero ser grosero y decirle que no. Me da miedo lo que pueda ocurrir, son mis alas las que corren peligro y yo amo a mis alas.

─Serás el primero en probarlo.

Oh no, que diga eso me asusta aún más.

«Supremo, yo sé que te gusta verme sufrir y disfrutas que mi vida sea una desgracia. Nunca te pido nada, en esta ocasión te pido, no, te suplico que por favor no le pase nada a mis bellas y hermosas alas, las amo más que a mí mismo. Prometo portarme bien si me ayudas en esto».

Toma la rara funda y con delicadeza la pone sobre mis alas. Es raro, no se siente que tengo un pedazo gigante de plástico. Por el momento todo va bien, parece que el Supremo si escucho mi plegaria.

─¿Cuál es tu color favorito? ─dice acomodando la funda.

─El azul.

Oprime un botón rojo, la funda va cambiando de colores. Rojo, amarillo, morado, verde. Se detiene al llegar a un azul celeste. Se ven lindas, la verdad es que es algo si utilizaría, no para proteger las alas, si no para verme diferente a los demás.

─Me gusta. Si lo lanzas al mercado yo lo compraría ─su cara se ilumina con una sonrisa, aplaude y da brinquitos.

Se escucha un corto circuito y de repente se empieza a venir un olor a quemado, humo negro me rodea por todo el cuerpo. Al voltear lo único que veo es como el plástico junto a mis alas están prendidos en un flamante fuego.

«Supremo, te sigo amando»

Escucho los gritos y siento la mirada de todos. Veo mis alas quemarse y obteniendo un color oscuro. Martín y Edwin están bloqueados, ninguno de los dos puede usar el maldito extintor. Edwin es experto en explosiones e incendios, ¿cómo es posible que ahora no pueda usar esa cosa?

Martín logra quitarle el seguro, apunta hacia mí y aprieta la palanca haciendo que el extinguidor salga directo a mis alas, primero apaga una y luego la otra. El plástico se derritió por completo, las plumas se hicieron ceniza, en mi espalda solo han quedado unas pocas.

En el suelo quedo todo el desastre. Le echo otro vistazo a mis alas y volteo a ver a Edwin. Mis puños se cierran, aprieto los dientes con fuerza y pongo mis ojos furiosos. Este chico no tiene la menor idea de toda la furia que siento en estos momentos.

─Oh no, si yo fuera tú saldría corriendo ahora mismo.

Edwin sale corriendo al ver que muevo mi pie derecho, lo persigo convertido en el mismísimo diablo. Se nota que el chico no sabe correr, a los veinte segundos logro pescarlo de la camisa. Lo arresto por el pasillo y lo pego contra la pared. Con fuerza lo tomo de las solapas para que no escape. En sus ojos veo el miedo y la culpa.

─Alonso, lo siento, fue sin querer.

Levanto una mano convertida en puño, con la otra me sigo asegurando de que no escape.

Reglamento de los Ángeles

Art 18. Se prohíben las peleas físicas y/o verbales. Un solo golpe amerita un castigo y una falta al reglamento.  

Art 340. No insultar, maldecir y/o humillar a ningún ángel. Las palabras groseras, vulgares e insultantes quedan estrictamente prohibidas.

Abro las dos manos y doy un paso para atrás. Me paso las manos por el cabello para intentar calmarme. A la única persona que le he dado un golpe es a Bryan y porque se lo merecía, yo no soy de esas personas a las que le gusta golpear, yo soy más de discutir con palabras. Edwin me mira con terror, ni siquiera pestañea ni se mueve. Estuve a nada de que mi puño terminara en su cara.

─Fue un accidente, no pasa nada ─mascullo en voz baja. Abro y cierro las palmas de mis manos para seguir tranquilizándome.

─No era mi intención, lo juro. Me siento terrible, no pensé que eso pasaría, debí de haber conectado mal algún cable ─baja la cabeza. Martín aparece a mí lado viendo mis alas chamuscadas─. Si quieres puedo inventar algo para arreglar tus alas.




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