Entre Tu Mundo y el Mío

✨Capítulo 3

Un cruce en la biblioteca

Miranya Duarte

La mayoría de los estudiantes no saben que esta biblioteca existe.
Está lejos del ala principal, huele a libros que ya nadie toca y el silencio pesa tanto como las columnas antiguas que la sostienen.
Por eso me gusta.

Aquí, nadie me mira dos veces.
Aquí, nadie me compara con nadie.
Aquí, puedo ser solo yo, sin que nadie me interrumpa con sus ideas sobre lo que debería ser.

Hoy vine antes de lo habitual.
El profesor de Historia Económica nos asignó un proyecto sobre grandes corporaciones familiares… y para mi desgracia —o castigo divino— me emparejó con Sair Montenegro.

Sí, el mismo.
El capitán, el hijo de apellido brillante, el que parece tenerlo todo menos una idea de lo que es vivir sin privilegios.
Pensé que mandaría a alguien a hacer el trabajo por él. O que ni vendría.
Pero a los doce minutos exactos de silencio, lo escuché entrar.

Sus pasos fueron suaves, como si no quisiera que lo oyeran.
Pero yo lo sentí.
Sentí cómo el aire cambió de densidad cuando su presencia ocupó el espacio.
No lo miré.
No le di ese gusto.
Me limité a anotar fechas en mi cuaderno como si él no existiera.

—Hola. —Su voz fue baja, casi incómoda.
Como si estuviera pidiendo permiso para entrar a un lugar sagrado.

—Llegas tarde —respondí, sin levantar la mirada.

—Sé que lo merezco… Pero igual estoy aquí.

Eso me hizo levantar los ojos.
Él estaba parado frente a mí, sin uniforme.
Camiseta negra, jeans, el cabello algo desordenado.
Menos perfecto. Más… humano.

Se sentó frente a mí.
Sacó una libreta. Y un bolígrafo.
Eso me desconcertó.

—¿Tú… sí vas a trabajar? —pregunté, con una ceja arqueada.

—¿Pensaste que no? —su sonrisa era suave, pero sin burla.

—Pensé que ibas a pagarle a alguien para hacerlo por ti.

—¿Eso piensas de mí? —Su voz bajó un tono. No sonaba molesto. Sonaba… herido.

Me incomodó un poco.
No por lástima.
Sino porque por primera vez en mucho tiempo, no tenía un escudo listo para defenderme.
Así que me concentré en mis apuntes.

—Solo quiero terminar esto —dije.

Él asintió. No insistió.

El silencio volvió.
Y durante varios minutos, solo se oían las plumas sobre el papel y el leve crujido de las páginas al pasar.

Hasta que él habló de nuevo.

—Lo que escribiste en la introducción… eso de que “una empresa sin ética es una mansión construida sobre barro” … ¿lo sacaste de algún autor?

Levanté la vista, sorprendida.

—No. Lo escribí yo.

—Pensé que sí. Porque me pareció… demasiado honesto como para ser parte de un trabajo escolar.

No supe qué responder.
Y esa sensación, en mí, es rara.

Él siguió.

—Lo que escribiste me hizo pensar en la mía. En mi familia.
—¿La empresa Montenegro?

Asintió.

—Sí. Todo parece de mármol, ¿sabes? Pero a veces siento que, si alguien respira fuerte, todo se cae.

Por un instante, el silencio se volvió diferente.
No incómodo.
No cargado.
Sino… sincero.

Yo no sabía si él decía eso para parecer interesante, o si realmente estaba dejando caer una capa de su perfección.

Pero lo miré.
Por primera vez de verdad.
Y vi algo en sus ojos. Algo… triste.
Y eso me desarmó.

—Tu apellido puede pesar —le dije sin pensarlo—. Pero no es una sentencia.

Él sonrió, pero no fue su sonrisa de pasillo.
Fue una más baja, más humana.

—¿Y el tuyo?

—El mío no pesa. Pero tampoco abre puertas.
—Entonces lo que logres será por ti.

Nos quedamos en silencio.
Los dos sabíamos que ese momento no era sobre historia económica.
Era otra cosa.

Un cruce.
Una grieta.
Una pequeña rendija entre su mundo y el mío.

Cuando salimos, ya era de noche.
Y aunque no nos dijimos nada más…
cuando pasamos por el pasillo iluminado por la luz naranja del atardecer, él caminó a mi lado, sin importar quién pudiera vernos desde las ventanas.

Y yo dejé que lo hiciera.
Sin entender por qué… pero sin querer evitarlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.