No es celos. Es estrategia
Narrador omnisciente
La captura de pantalla llegó a su celular a las 7:43 p.m.
Grupo privado. Nombre: “Ángeles del Este”.
Una de las porristas había escrito:
“Vi a Montenegro con la becada en la biblioteca. Otra vez. Solos. No parecía estudio.”
Y debajo, una foto borrosa.
Sair inclinado hacia adelante, sonriendo.
Miranya con la cabeza baja, escribiendo.
Demasiado cerca.
Demasiado cómodos.
Sofía no reaccionó de inmediato.
Puso el teléfono boca abajo. Terminó de pintarse las uñas.
Rojo profundo. El mismo que usaba cuando quería ganar.
Luego volvió a levantar el celular, amplió la imagen con dos dedos, y se quedó mirando un largo rato.
No a él.
A ella.
A la forma en que se había colado en un espacio donde Sofía solía reinar.
—¿Sabes qué es lo más molesto? —dijo en voz baja, aunque estaba sola.
—Que ni siquiera lo intenta.
A los pocos minutos ya tenía el nombre completo de Miranya Duarte, su expediente escolar, el número de materias, beca de mérito, dirección de correo institucional y —lo más jugoso—:
el número de su madre como contacto de emergencia.
Sofía sonrió.
El poder no siempre se gritaba.
A veces se susurraba con tono educado y palabras que sonaban a cortesía.
Escribió a su amiga más leal, Camila.
“Mañana necesito que vayas con ella en la hora libre. Dile que me gustaría hablar con ella. Que no es nada malo. Pero que es mejor si me busca antes de que lo sea.”
Luego abrió Instagram.
Publicó una historia vieja, donde ella y Sair están en una fiesta de hace meses.
Un boomerang: él le acomoda el cabello y ella ríe.
Puso el texto:
“Algunas conexiones no se rompen. Solo se apagan hasta que alguien recuerda prender la luz otra vez 💫”
La historia no iba dirigida a Sair.
Ni a sus amigas.
Iba a ella.
A la becada con mirada tranquila y faldas largas.
Sofía sabía jugar.
Y apenas estaba empezando.
La mañana llego y sofia La encontró en la fila del cafetín, justo antes del recreo largo.
Miranya no la vio acercarse hasta que sintió una mano suave en su hombro.
—Hola —dijo Camila, con voz amigable—. ¿Tienes un minuto?
Miranya parpadeó, confundida.
—¿Sí?
—Sofía quiere hablar contigo. Nada grave. Solo… entre ustedes.
Miranya sintió un frío sutil en la espalda.
Camila no tenía cara de amenaza. Pero tampoco era una invitación opcional.
—¿Dónde?
—Sala de ensayo del equipo de porristas. Ahora está vacía. Solo ella.
La sala estaba perfumada.
Velas aromáticas apagadas, toallas blancas apiladas en una esquina, espejos cubriendo una pared entera.
Sofía estaba sentada en el piso, como si no le importara ensuciar su falda beige perfectamente planchada.
Sostenía una botella de agua con ambas manos.
Sonrió cuando Miranya entró.
—Gracias por venir. Siéntate, por favor.
Miranya no lo hizo de inmediato.
Observó el espacio, luego a Sofía. Finalmente, se sentó en el banco bajo junto a la barra de equilibrio.
—¿Qué necesitas? —preguntó sin rodeos.
—Nada urgente. Solo conversar. —Sofía se inclinó hacia adelante—. Es curioso… no sabía de ti hasta hace poco.
—No soy muy conocida.
—Lo noté. Y, sin embargo, parece que últimamente alguien muy conocido… solo te ve a ti.
Miranya no respondió.
No desvió la mirada.
Pero sus manos se tensaron sobre su falda.
—Sair y yo tenemos historia —continuó Sofía, con ese tono dulce que dolía más que un grito—. Estamos comprometidos. Pero en este lugar, las historias no desaparecen. Se transforman. A veces vuelven. A veces solo observan.
Miranya entrecerró los ojos.
—¿Me trajiste aquí para decirme eso?
—Te traje aquí porque quiero que sepas que te estoy viendo. No con odio. Ni con celos. —Su sonrisa fue más afilada—. Solo con interés. Porque la gente que aparece de la nada y llama la atención de alguien como Sair… siempre tiene alguna razón. O algún plan.
—No tengo ninguno —respondió Miranya, firme.
—¿Segura? Porque los silenciosos suelen tener más armas que los que hacemos ruido.
Sofía se puso de pie, lentamente.
Se arregló la blusa.
Tomó su botella y caminó hacia la salida.
—No quiero hacerte sentir incómoda —dijo justo antes de abrir la puerta—. Solo quiero que sepas en qué tipo de tablero estás jugando. Aquí, hasta las piezas que no quieren jugar… terminan siendo parte del juego.
Y se fue.
Sin amenazas abiertas.
Sin gritar.
Solo con esa calma helada de quien no necesita levantar la voz para romper algo.
Miranya se quedó sola.
No tenía miedo.
Pero sí una certeza nueva:
esto ya no era solo entre ella y Sair.
Ahora era un triángulo donde una esquina llevaba tacones, labios rojos y un ejército de espectadoras.
Y no sabía si quería seguir en el juego…
o cambiar las reglas.
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Editado: 27.07.2025