Capítulo 2 – Dominic
Volver a casa a los veintitrés, después de cuatro años viviendo en otro país, era una experiencia extraña. Todo seguía en su lugar: las casas perfectamente alineadas, los jardines podados con obsesiva precisión, los vecinos que saludaban como si en realidad les importaras. Pero yo ya no era el mismo. Londres me había dado algo más que un título universitario; me había dado independencia y distancia.
Y ahora estaba de vuelta, atrapado entre cenas familiares, reuniones en Sinclair Industries y la obligatoria sonrisa cuando mi madre me pedía que "me vea mas feliz por mi regreso a casa".
La primera vez que vi a Livie fue una tarde cualquiera. Había llegado de una reunión, entré a la cocina y ahí estaba: sentada en la barra, riendo con Mía, con una taza entre las manos. No la había notado antes, y sinceramente, no tenía intención de aprenderme el nombre de otra de las amigas de mi hermana. Saludé con un gesto y seguí con mi día.
Al principio, ni siquiera me di cuenta de que era guapa. Supongo que fue la manera en que poco a poco empezó a estar más presente alrededor de Mía, mi hermana. Su risa, su forma de moverse, esa seguridad tímida que a veces mostraba cuando nos cruzábamos en la casa. No era para volverse loco ni nada, pero sí algo que quedó grabado en un rincón de mi mente.
Con el pasar de las semanas, la seguía viendo. A veces de lejos, corriendo con su perrita dorada. Otras, saliendo de la casa con Mía, vestida con ropa deportiva y el cabello recogido de forma descuidada pero... bien.
No buscaba una relación, no era momento para complicaciones. Había tenido algunas, sí, pero siempre cosas simples, sin ataduras, porque con lo que tenía encima no podía dar más. Así que cuando hablaba con Mía o con los amigos, les contaba que estaba bien así, enfocado en el trabajo y en no perder el contacto con la gente que realmente importaba.
Una tarde, bajé por agua y la encontré con Mía viendo una película en la sala y Livie solo asintió con una sonrisa tímida y se encogió un poco en el sillón. Esa discreción... fue lo que más me llamó la atención. No intentó impresionarme, no hizo comentarios estúpidos ni me miró con ese brillo interesado que tantas otras chicas dejaban ver.
Las semanas siguieron. La veía más seguido, y aunque casi no hablábamos, había algo en la forma en que cruzábamos miradas. Una especie de reconocimiento silencioso que no tenía ninguna intención de fomentar.