Entre tú y yo

Una amiga diferente

Capítulo 4

Dominic

Lunes. Otra junta, otra carpeta llena de proyecciones, otro café que me recordaba que trabajar en la empresa familiar no siempre era tan glorioso como sonaba.

Salí temprano de la oficina ese día, con la cabeza embotada por cifras, rendimientos y un debate absurdo sobre si deberíamos invertir en activos de riesgo o seguir manteniendo el perfil conservador que tenía Sinclair Industries desde que mi abuelo decidió que la estabilidad era mejor que la ambición. Lo único que quería al llegar a casa era quitarme los zapatos y, con suerte, evitar a mi madre, que estaba organizando otra de sus cenas sociales.

Entré por la puerta lateral y escuché el ruido apagado de la televisión en la sala. Pensé que Mía estaría ahí con alguno de sus amigos. Subí a mi habitación, me cambié por algo más cómodo y bajé a buscar algo de tomar. Entonces la vi. Otra vez.

Livie estaba sentada en el suelo, recargada contra el sillón, con una taza entre las manos. Tenía el cabello algo despeinado, como si se lo hubiera recogido a toda prisa, y unos pantalones lilas que, por alguna razón, me hicieron detenerme un segundo. No por lo que mostraban, sino por lo que decían de ella. Había algo descomplicado en su presencia. Algo real. Como si no intentara probar nada.

—Hola —dije, apenas al entrar.

Ella alzó la mirada y sonrió, pequeño, como quien no quiere interrumpir. Y volvió a mirar la pantalla.

No había ninguna razón para quedarme, pero lo hice. Abrí la nevera, saqué un refresco, me apoyé contra la barra y observé la escena. Mía estaba absorta en la película, riendo cada tanto. Livie reía también, pero más bajito, como si todo lo viviera hacia adentro.

—¿Qué ven? —pregunté, por decir algo.

—Una comedia romántica turca—respondió Livie antes que Mía, girando apenas el rostro hacia mí.

—¿Turca?

—Con doblaje español —agregó ella, alzando las cejas, como si eso fuera un acto de rebeldía.

Solté una risa breve. Volví a mirar la pantalla. Había un chico en un auto persiguiendo a una chica por las calles. Clásico.

—No es lo que suelo ver, pero tiene su encanto —dije.

Ella no respondió, pero sonrió de nuevo, esta vez un poco más abierta. Como si aprobara que me burlara de mi hermana.

Mia pausó su serie y subió a su habitación a buscar algo, dejándonos solos por unos minutos. Hubo un silencio que no fue incómodo, pero tampoco del todo natural.

—¿Siempre corres tan temprano? —le pregunté, sin mirarla directamente.

—Bailey es exigente con sus rutinas —dijo, encogiéndose de hombros.

—Pensé que a los universitarios no les gustaba salir a correr antes del amanecer.

—Y a las chicas que les gusta pasar tiempo con su mascota—dijo con una sonrisa ladeada.

Ahí estaba. Esa honestidad tímida. Me gustó.

Antes de que pudiera responder algo, Mía bajó hablando de unas planes y la conversación se disolvió como un azúcar en agua caliente.

Más tarde esa noche, mientras cenábamos, noté que mis padres estaban encantados de que Mía tuviera una amiga "tan buena influencia y encantadora". Me preguntaron si la había tratado bien. Asentí, sin entrar en detalles. No tenía nada que decir.

Y sin embargo, esa noche, cuando me acosté, me descubrí pensando en su media sonrisa, en sus respuestas tranquilas, en la forma en que bajaba la mirada sin dejar de estar presente. No era una atracción inmediata, ni un interés abrumador. Era una especie de... curiosidad por esta tipo diferente de amiga de Mia.




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