Entre tú y yo

No tan tímida

Capítulo 5

Livie

Si me hubieran dicho hace un mes que empezaría a sentirme cómoda en este lugar, no lo habría creído. Pero ahí estaba yo, bajando las escaleras de la casa de los Sinclair con una bolsa de palomitas en la mano, riéndome de una serie turca absurda, como si siempre hubiera pertenecido ahí.

Era viernes por la noche y Mía había planeado una mini maratón de series en la sala. Su madre, encantadora como siempre, nos preparó limonada casera, y su papá pasó a saludarnos antes de encerrarse en su despacho. Era raro sentir esa familiaridad tan pronto, pero con Mía todo era así: rápido, natural, inevitable.

—Dom está en casa, por si acaso —dijo ella mientras acomodaba los cojines en el suelo—. Pero seguro ni se asoma. Tiene su humor de “hombre ocupado”.

Me reí. Ya me estaba acostumbrando al ritmo de Dominic: saludos cortos, presencia silenciosa, trajes a medida incluso en días casuales. No hablábamos mucho, pero cuando lo hacíamos, no era incómodo. Era… peculiar. Había algo en él que me desconcertaba, como si no encajara del todo. Tal vez por eso me llamaba la atención.

—¿Qué ves en esas series? —preguntó de pronto una voz detrás de mí. Me giré y lo vi ahí, apoyado en el marco de la puerta con un vaso en la mano, descalzo y con una camiseta gris que no hacía justicia a lo mucho que resaltaba entre el resto.

—Drama exagerado, realidades imposibles y chicos guapos. ¿No es obvio? —respondí, con una ceja alzada y una sonrisa traviesa.

Mía soltó una carcajada.

Dominic me miró con esa expresión suya que no decía mucho, pero que parecía evaluarlo todo. Entonces sonrió, apenas, y asintió.

—Tiene sentido.

Me senté en el suelo, acomodando un cojín bajo las piernas, mientras Mía buscaba otro capítulo.

—¿Quieres quedarte? —le pregunto sin pensar.

Dominic dudó. Luego miró el reloj.

—Un rato.

Se sentó en el sillón, no muy lejos, y durante casi una hora vimos una historia de amor improbable con un doblaje torpemente sincronizados. Yo hacía comentarios sarcásticos cada tanto, y para mi sorpresa, él se reía. No mucho, no exagerado. Pero lo suficiente como para saber que me estaba escuchando.

Cuando Mía fue a rellenar sus palomitas, quedamos solos otra vez. Sentí que debía llenar el espacio.

—¿Siempre eres tan serio o solo cuando hay visitas? —le pregunté, juguetona.

—¿Tú que crees?

—No lo sé —dije, girándome un poco hacia él—. Es difícil saberlo contigo.

Él tomó un sorbo de su bebida y me miró con interés.

—Quizá solo me gusta observar.

—¿Y qué has observado hasta ahora? —quise saber.

Dominic no respondió de inmediato. Me sostuvo la mirada, como si decidiera qué tanto decir.

—Que eres distinta a lo que pensé al principio. Al parecer no tan tímida dijo levantnado una ceja.

—Gracias… supongo —dije, divertida.

Mía regresó entonces y retomamos la serie, pero algo en el ambiente había cambiado.

Cuando me fui esa noche, Dominic me despidió con un "nos vemos" y un gesto con la cabeza pero con mas familiaridad que en otras ocasiones.




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