Juegos de Mesa

Capítulo 6

Livie

Una de las cosas que más me sorprendieron de mi nueva vida en el conjunto residencial fue lo mucho que se organizaban las personas. Había grupos de lectura, torneos deportivos, picnics comunitarios, y —para mi sorpresa— noches de juegos de mesa. Esa fue la idea de Mía, obviamente.

—Te va a encantar —dijo mientras acomodaba las fichas de "Charadas" sobre la mesa del jardín.

Yo solo asentí, todavía insegura si estaba lista para conocer a más vecinos. Pero ahí estaba, con una limonada en la mano, Bailey dormitando bajo la silla, y el sol cayendo con esa luz dorada que hacía que todo pareciera más bonito de lo que era.

—¿Vamos en equipos de dos? —propuso Mía—. Livie, tú conmigo. ¿Dom, tú con Sebas?

Dominic, que estaba recostado en una silla con su vaso de whisky casi intacto, alzó la mirada.

—Nah, cambiemos. Yo voy con Livie.

Sentí cómo Mía me lanzó una mirada curiosa, casi divertida, pero no dijo nada. Solo se encogió de hombros y empezó a reorganizar las tarjetas.

—¿Estás segura de que sabes jugar? —me susurró Dominic mientras nos sentábamos uno al lado del otro.

—Depende… ¿estás seguro de que sabes perder? —le respondí sin mirarlo, fingiendo concentrarme en las reglas.

Él soltó una risa baja, más genuina de lo que había escuchado antes, y por un momento me sentí más tranquila. Había una energía diferente en esa noche. Más ligera. O quizás más eléctrica.

El juego comenzó y, para mi sorpresa, Dominic era competitivo. No del tipo agresivo, sino el que se burla cuando fallas por poco, y celebra con una sonrisa ladeada cuando acierta. Yo tampoco me quedé atrás. Tenía buena memoria y era rápida haciendo asociaciones.

—Pista: sol, tres —dijo él en una de las rondas.

—¿Arena? —acerté.

—Correcto.

—¿Vacaciones?

—Sí.

—¿Y... bronceado? —dije, dudando un poco.

—¡No! Era eclipse —exclamó, riéndose mientras yo me quejaba.

—¿Eclipse? ¿Eso qué tiene que ver con sol?

—Todo. Un eclipse solar, obvio —dijo con una sonrisa arrogante.

—Eso fue trampa con estilo —respondí entre risas.

Al final, ganamos. Por poco, pero ganamos. Y aunque no era una victoria épica, lo fue para mí. Porque había logrado estar completamente presente. Sin pensar en la mudanza, ni en lo que dejé atrás. Solo en las cartas, las bromas, y Dominic.

Cuando el juego terminó, los demás se quedaron conversando, pero yo me levanté a buscar algo de tomar. Estaba en la cocina, sirviéndome agua, cuando Dominic entró detrás de mí.

—Eres buena —dijo, apoyándose contra la isla.

—¿Buena? Te gané —le respondí sin girarme.

—Entonces eres peligrosa —añadió, esta vez acercándose unos pasos.

Lo miré por encima del hombro. Sus ojos estaban relajados, brillaban un poco más de lo normal. No era coquetería descarada. Era... algo más sutil. Más latente.

—¿Siempre eres así con las amigas de tu hermana? —pregunté, ladeando la cabeza.

—Solo cuando me ganan —respondió, y su voz sonó más baja, como si ese comentario no tuviera tanto que ver con el juego.

Y ahí, por un segundo, hubo una pausa. No un silencio incómodo, sino uno cargado. Como si la habitación se hubiera llenado de algo que ninguno de los dos quería nombrar todavía. Algo que estaba empezando a crecer.

—Livie, ¿tú sabes jugar ajedrez? —preguntó, de pronto.

—Sí... ¿por?

—Porque parece que estás haciendo una jugada muy lenta... pero efectiva.

—¿Y tú qué eres? ¿El rey?

—No. El caballo —respondió con una sonrisa torcida—. Siempre me muevo en diagonales inesperadas.

Rodé los ojos, pero no pude evitar reír.

—Estás imposible —le dije.

—Pero divertido —respondió él, saliendo de la cocina con esa confianza pausada que empezaba a resultarme familiar.

Cuando regresé al jardín, Mía me miró como quien sabe más de lo que dice. Pero no preguntó. Solo me ofreció una galleta y me hizo un espacio en la manta.

Esa noche, al regresar a casa, me acosté en mi cama, Bailey roncando a los pies. Y me encontré sonriendo. Sin razón aparente. O con muchas.

Porque a veces, las partidas más importantes empiezan con una sola ficha movida en el momento justo.