Entre tú y yo

Algo mas

Capítulo 8

Livie

—Va a ser épica —dijo Mía mientras vaciaba la mitad de su armario sobre la cama.

Yo la miraba desde el sillón, con Bailey enroscada a mis pies y una taza de café entre las manos. Era viernes y el ambiente en la casa ya se sentía distinto. Como si el aire estuviera más ligero, más cargado de expectativa.

—¿Segura que es una fiesta universitaria y no un evento de gala? —pregunté, señalando el vestido corto con pedrería que sostenía entre las manos.

—Obvio. Pero es que hay niveles, Liv. Niveles —respondió con un guiño.

Reí mientras me incorporaba.

—Yo pensaba usar algo más relajado. Jeans, blusa negra, botas...

—Dios mío, no. No me hagas eso —dijo dramáticamente—. Esta es nuestra primera fiesta oficial juntas. Hay que impresionar. A todos. A la vida misma.

Me dejé contagiar por su emoción. No era una gran fiestera, pero después de semanas de rutina, de correr con Bailey, estudiar y adaptarme, una noche de baile, ruido y luces no sonaba mal.

Mientras discutíamos los pros y contras del delineado con brillos, la puerta de la habitación se abrió ligeramente.

—¿Se están preparando para un desfile de modas? —preguntó Dominic desde el umbral, con una ceja arqueada y una lata de soda en la mano.

—Fiesta universitaria —dijo Mía sin dejar de revisar sus collares.

—¿Y necesitan tres horas para eso?

—Tú tardas más viendo un partido del Arsenal —repliqué sin pensar.

Él me miró. No con fastidio, sino con esa mezcla de sorpresa y diversión contenida. Se apoyó contra el marco de la puerta.

—¿Y tú qué sabes de mis partidos?

—Solo sé que cuando empieza uno, nadie debe tocar el control —respondí con una sonrisa tranquila.

Dominic asintió, como si aceptara el golpe con gusto.

—¿Y cómo piensan llegar a esta gran gala universitaria? —preguntó, cruzando los brazos.

—Con Uber, supongo —dijo Mía, aún absorta en su elección de aretes.

—Yo puedo llevarlas.

Eso captó mi atención. Lo miré.

—¿Tú? ¿Llevarnos a una fiesta llena de universitarios ruidosos y ropa brillante?

—Llamémoslo... servicio comunitario —dijo con una media sonrisa, esa que parecía dibujarse solo cuando estaba ligeramente entretenido.

Mía, siempre rápida, se giró con los ojos brillantes.

—¡Perfecto! Así no tenemos que esperar veinte minutos afuera de la casa como dos huérfanas modernas.

—Bueno, entonces las dejo alistarse —dijo Dominic antes de desaparecer por el pasillo.

Cuando se fue, Mía me lanzó una mirada inquisitiva.

—¿Viste cómo te miró?

—Como mira a cualquiera —respondí, quitándole peso.

—No. Esa mirada era diferente. Como si estuviera... intrigado.

Rodé los ojos, aunque una parte de mí también lo había notado. La manera en que me había respondido. La forma en que se detuvo justo el segundo necesario para cruzar mi mirada antes de irse. Nada descarado, pero sí presente. Algo estaba empezando a latir entre nosotros. Lento, medido, pero inevitable.

—Solo va a llevarnos —dije, como si eso cerrara el tema.

—Ajá. Y yo solo tengo veinte pares de zapatos porque no me decido con el color negro.

Las siguientes horas fueron un desfile de risas, música, maquillaje compartido y ropa esparcida por toda la habitación. Me decidí por un vestido negro que me quedaba como un guante y resaltaba mis mejores cualidades. Ajustado en la cintura, con una caída suave. Suficiente para sentirme segura, sin dejar de ser yo misma.

Cuando bajamos, Dominic ya nos esperaba junto a su auto. Llevaba camisa azul marino y jeans oscuros. Nada ostentoso, pero impecable. El tipo de hombre que parecía no esforzarse, pero que igual lucía bien. Muy bien.

—¿Listas? —preguntó, abriéndonos la puerta trasera.

—Listísimas —respondió Mía, lanzándose al asiento con entusiasmo juvenil.

Me subí tras ella y, durante el trayecto, hablamos de la fiesta, de música, de cualquier cosa. Dominic no intervenía mucho, pero en algún momento subio el aire acondicionado y dijo:

—Sé que siempre tienes calor.

Me giré para verlo. Él seguía mirando al frente, pero la comisura de su boca se alzaba apenas.

—Gracias —dije en voz baja, con una sonrisa involuntaria.

Era un detalle mínimo. Pero fue justo eso lo que me hizo mirarlo diferente esa noche.

Y mientras el auto se perdía entre las luces de la ciudad, supe que esa fiesta iba a marcar el comienzo de algo más. No de algo concreto. No aún. Pero sí de un juego nuevo. Uno que ya había empezado, aunque ninguno lo dijera en voz alta.




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